No hay mayor
engaño que decir esto y hacer lo otro. Es una experiencia que todos los españoles
han sufrido y experimentado muy claramente. El dolor, aun siendo el mismo de cualquier
mentira, parece que genera una sensación más dolorosa y dura. No se puede ser
mejor ejemplo que el que todos sabemos y estamos sufriendo.
Es un signo claro
de la gravedad del pecado que a Jesús le fastidia y le duele enormemente esa
hipocresía farisaica de aquellos que esconden sus intenciones en la falsa
apariencia para exigir a otros pero no a ellos mismo. Porque, ellos dicen y no
hacen lo que dicen sino lo que realmente les interesa para satisfacer sus egos
y caprichos.
Y, aunque eso nos
recuerda a ciertas aptitudes que vivimos muy de cerca, no podemos tampoco
excluirnos nosotros. Porque hay momentos en los que quizás no cumplimos con lo
que hemos defendido en otros momentos a capa y espada. Es cierto, y lo hemos confesado,
también nosotros somos pecadores y, posiblemente, en algunos momentos de
nuestra vida, hipócritas.
Sin embargo, lo
verdaderamente importante no es quedarse en el lamento del pecado, sino de
aceptarlo, reconocerlo y, por la acción del Espíritu Santo, tratar de
levantarse. Somos, no lo perdamos de vista, hijos pródigos y necesitamos la
Misericordia de nuestro Padre para volver a casa y reconciliarnos con los
hermanos.