sábado, 19 de septiembre de 2020

LA SIEMBRA DE TU VIDA

 Lc 8,4-15

 

Quieras o no, tu vida es una siembra, porque, en tu camino irás dejando la huella de tu vivir y los hechos con los que vas construyendo tu vida. Esa es tu siembra y de ella obtendrás los frutos que, en tu camino y con el tiempo, la tierra de tu corazón va produciendo. Ni que decir tiene que, la calidad de esos frutos dependerá del amor con el que se haya ido cultivando.

Posiblemente, muchas de tus pequeñas semillas no caerán en la tierra que tú deseas y, arrastradas al camino serán pacto de las pisadas de los que por allí pasan y de la comidas de los pájaros. Son semillas fugaces que de la misma manera que caen en la tierra, son devoradas por las palabras que se lleva el viento enviado por el diablo. Otras, quedarán atrapadas entre pedrusco que le impedirán crecer y desarrollarse, y, aunque por algún tiempo creen y se entusiasman, pronto terminaran desencarnadas y sin raíces que les impedirán crecer y dar frutos. También están aquellas que, crecidas entre zarzales escuchan la Palabra, pero, seducidos por los afanes, ambiciones y placeres del mundo, terminan abandonando.

Por último, están aquellas semillas que caen en tierra buena y hunden sus raíces en la profundidad de sus corazones hasta fortalecidas con la Gracia de Dios, mueren y dan frutos. Abundantes frutos buenos que perseveran hasta entregar sus vidas. Ahora, la cuestión es preguntarnos, ¿dónde han caído las semillas que, a lo largo de mi vida, he ido sembrando durante mi camino?

Responder a esa pregunta irá clarificando la siembra de mis semillas y los frutos que he dado. Bien está confesar que soy consciente de que muchas de mis semillas han caído a la orilla del camino; otras entre pedruscos y zarzales y, quizás las menos en tierra buena. Ese es mi propósito, esforzarme en que las semillas que restan a mi vida vayan cayendo en tierra buena y dando buenos frutos.