lunes, 6 de febrero de 2023

JESÚS, LO TENGO MUY CERCA DE MÍ

Tocar a Jesús es experimentarte curado. Su presencia y su cercanía nos levanta, nos alegra y nos sana. Su fama se ha extendido por toda la región galilea y todos le buscan confiados en ser curados de sus dolencias y enfermedades.

Enterados donde se encuentra Jesús corren y les llevan los enfermos y endemoniados. Están convencidos de su poder de sanación y tratan de tocarle sus vestidos en la creencia de que serán sanados. Y con esa intención acuden a Él. Por otro lado, Jesús no huye y deja que se le acerquen e incluso ser tocado. Es evidente que su fe les sana.

¿Y nosotros? ¿Creemos también en el poder sanador y liberador del Señor? Le buscamos con esa intención convencidos de que en Jesús seremos liberados no solo de la enfermedad sino del pecado. ¿Nos acordamos de lo que hizo con aquel paralítico – Mt 9, 1-8 – que le pusieron delante? ¿Pensamos que hará lo mismo con nosotros si se lo pedimos con fe?

Tenemos esa oportunidad mucho más fácil que aquellos enfermos del tiempo de Jesús. Tenemos, al menos yo, la facilidad de tocar al Señor cada día. Tocarlo realmente bajo la especie del Pan Eucarístico en cada Eucaristía. Y de recibir sacramentalmente su Cuerpo. Me doy cuenta de esta gran oportunidad. ¡Puedo tocar al Señor y alimentarme de su Espíritu cada día! Por lo tanto, debo pensar y creer que estoy sanado y salvado porque, el Señor, ha venido para eso. Simplemente tengo que creérmelo y, al menos eso intento, y en ello me esfuerzo, de creerlo. Y le pido al Señor fuertemente que aumente mi fe.