Lc 6, 12-19 |
Es evidente que cuando quieres transmitir algo,
necesitas, primero, tener claro qué deseas comunicar y, segundo, cómo lo
quieres hacer. De alguna manera, casi de forma intuitiva, los padres transmiten
a sus hijos sus valores, su manera de entender la vida, sus buenas y ordenadas
costumbres. Hacen verdadero aquel refrán: «Hijos de gato, cazan ratones»,
entendiendo que los hijos —en el mejor de los casos— siguen las costumbres de
sus padres.
—En esas pesquisas, Pedro se atrevió a preguntarle a
Manuel:
—¿Qué piensas sobre la influencia de los padres en
los hijos? ¿Tienes alguna opinión concreta?
—Me coges de improviso —respondió Manuel—. Sin
embargo, lo lógico es que los hijos reciban tanto las características genéticas
como las educativas de sus propios padres.
—Pero eso, aparte de la genética, requiere
educación, un tiempo, ¿no?
—Claro, es necesario. Toda elección conlleva
preparación. Así lo hizo Jesús cuando se planteó elegir al grupo de apóstoles.
Está en el evangelio de Lc 6, 12-19. Lo primero que hizo fue buscar luz en la
oración, toda una noche, con Dios.
—Nos da ejemplo y nos marca un camino —dijo Pedro en
tono complaciente.
—Totalmente. Jesús nos enseña a prepararnos antes de
actuar. Y no de cualquier manera, sino directamente con nuestro Padre Dios,
donde únicamente podemos encontrar la verdadera luz.
—Y los resultados —añadió Pedro— lo demuestran.
—Pues diría que sí. Aquellos doce apóstoles
elegidos, salvo la excepción del traidor, han transmitido la Buena Noticia
hasta hoy. Eso demuestra que la elección fue avalada por el mismo Padre Dios.