Posiblemente
nosotros no tengamos la fe que nos mueve a estar atentos, llenos de esperanza,
en actitud de justicia y paciencia, como el anciano Simeón, para vislumbrar la acción del Espíritu
Santo. Ese mismo Espíritu que ha entrado en nosotros en la hora de nuestro
bautismo, que nos señala la presencia de ese Niño Dios, que permanece en el
mundo y nos llena de esperanza, dando verdadero sentido a nuestros actos de amor
y misericordia y a nuestra vida.
Y es eso lo que
decididamente tenemos que pedir. El tiempo de nuestra vida es un regalo para
eso, para pedir la fe, abrirnos a ella y dejarla caminar, en nuestra vida
interior y exterior. Sabemos que nuestra vida pende de un hilo, y, sin
avisarnos, puede dejarnos repentinamente o sistemáticamente. Un accidente o una
larga enfermedad pueden ser caminos que nos conduzcan a nuestra propia realidad.
En ambos, nuestra relación con el Señor será determinante y fundamental.
Porque, una relación no es cosa del momento, ni de la necesidad. Es cosa, valga la redundancia, de relación, de diálogo, de oración, de que nos lleve al conocimiento de uno y del otro, y de que nos revele la realidad de nuestro ser. Y, sobre todo, nos ayude a sostener la lámpara de nuestro corazón encendida, llena de luz, de aoración que nos lleva al conocimiento de uno y del otro y nos revela la realidad de nuestro ser. Y, sobre todo, nos ayudamor y misericordia, y, lo más importante, en presencia de nuestro Padre Dios.
Posiblemente, ese
fue el secreto del anciano Simeón, mantener viva la llama de la fe y la
esperanza en el Mesías prometido. Pidamos también nosotros tenerla también viva
e incandescente en nuestro corazón. Amén.