Todas tus acciones
te deben llevar a ser compasivo y misericordioso con los demás por el Amor de
Dios que así y de esa forma lo es contigo. La parábola del buen samaritano nos
presenta la forma de la que Dios es y actúa con cada una de sus criaturas. Dios
es compasivo y misericordioso con todos sus hijos, sin condiciones de ninguna
clase.
Amar es la
consigna y el núcleo de nuestra fe. Si crees, tienes que amar. Y si amas debes
socorrer al necesitado, sea tu amigo o enemigo. Porque, el amor es el arma que
trae la paz y vence toda soberbia y odio. Así nos lo presenta Jesús, no solo de
Palabra sino con su Vida entregada en la Cruz. Una Cruz que significa desde
entonces, la victoria del bien, la verdad y la justicia sobre el mal.
De nada sirve amar
al Señor y manifestarlo en signos y actos de piedad, si ese amor expresado en
los actos litúrgicos no se concreta de actos de amor en los hermanos, sobre
todo en los más débiles. Un amor que se queda en palabras y liturgia sin llegar
a comprometerse en la materialidad de la vida diaria en los que sufren y
padecen es un amor descafeinado y en sintonía con el sacerdote y levita de la
parábola.
El amor se hace verdadero amor cuando se encarna en la vida y se transparenta en el ambiente familiar de tu vida; en el ambiente social de tu trabajo; en el ambiente de relación y amistad en tu círculo de amigos, en la parroquia, en la calle…etc. En cada lugar que tu corazón respire debe expulsar ese halito de amor sintonizado desde y con nuestro Señor. Porque, de Él nos viene la Gracia de ser compasivos y misericordiosos.