domingo, 19 de febrero de 2023

LA SANTIDAD COMO FIN Y META

Las palabras con las que termina el Evangelio de hoy – Mt 5, 38-38 – nos exhortan a ser santos: «Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto». Esa es la consigna, el fin y meta. Y como fin y meta supone un camino de perfección en el que, con el esfuerzo de cada día y la asistencia del Espíritu Santo, vayamos superando dificultades, venciendo obstáculos y perfeccionándonos cada día más.

Eso supone lo que siempre hemos dicho: «Perseverar en la fe, la oración y los sacramentos» Alejarnos sería ponernos en manos del mundo, del demonio y la carne. Sería rendirnos y estancarnos. Mejor retroceder en nuestro camino de perfección. Se hace, pues, necesario avanzar injertado en Xto. Jesús. Él es la Roca que nos sostiene, que nos fortalece y nos da las fuerzas para sostenernos firmes en la fe y la oración alimentados por su Cuerpo y Sangre.

No se nos esconde la dificultad que exige amar como nos ama nuestro Padre Dios y como nos ha enseñado nuestro Señor Jesús. Entregar la vida por los que le han insultado, rechazado, injuriado, blasfemado y crucificado es algo que no está al alcance de nosotros. Solo nos podremos atrever a llegar a ese extremo, injertado en Él. Es pues condición imprescindible abrirnos a la acción del Espíritu Santo para dejar que nuestro corazón, auxiliado en el Espíritu, se vaya transformando en un corazón manso, humilde, perseverante, paciente, suave y bueno y capaz de perdonar a los enemigos.. Es decir, perfecto como nuestro Padre celestial es perfecto.

Ahora, la primera condición es creérnoslo. Es decir, tener fe de que a eso estamos llamados, a ser santos. Y que, injertado en Xto. Jesús, podemos conseguirlo. Dios no nos manda algo que no podamos alcanzarlo. Él es el primero que está comprometido en eso pero necesita tu fe y tu colaboración. Creámoslo.