lunes, 7 de febrero de 2022

VIDA Y MUERTE

Mc 6,53-56

Sabemos que, igual que hemos nacido tendremos también que morir. Es un gran misterio que, a pesar de saberlo, no vivimos con esa angustia, pero, quieras o no, nos preocupa que ocurrirá después del recorrido de esta vida. Posiblemente, lo disimulemos, pero no lo podemos evitar, esa chispa de eternidad – alma – vive y palpita dentro de nosotros. Y, lo lógico y de sentido común es que ese deseo de inmortalidad haya sido sellado en nuestro corazón por Alguien. Alguien que nosotros, los cristianos, llamamos Padre Dios, pues nos ha sido revelado por su Hijo.

Esa es la realidad, Jesús de Nazaret, el Hijo predilecto y enviado por el Padre, nos ha revelado y anunciado el Amor Misericordioso de su Padre. Y, como es Eterno el Padre, así quiere que sean sus hijos y compartan con Él su Gloria Eterna. En el momento de nuestro bautismo, por la Gracia que nos es transmitida somos hijos de Dios, y como hijos, coherederos con Jesús de su Gloria Eterna – Rm 8, 14-18 -. Jesús, con su Vida y obras, nos da testimonio del amor del Padre. La gente le busca, le llevan los enfermos y le piden que les cure.  Y Jesús lo hace para demostrarnos el Amor Infinito del Padre y su poder sobre la vida y la muerte. El Poder de su Padre Dios da la Vida. Un Vida que está por encima de este mundo que es temporal y finito.

Ahora, a la vista de la realidad que vivimos, nos preguntamos: ¿No podemos los hombres hacer un mundo mejor donde el sufrimiento, inevitable, sea el menos posible? Posiblemente, la respuesta sea que sí, pero, eso es sólo responsabilidad de los hombres, no de Dios. Por eso y para eso se nos ha dada la capacidad y libertad