martes, 3 de noviembre de 2020

INVITADOS AL BANQUETE

 

Suele pasar que cuando no somos invitados a la fiesta, a la cual nos creemos con derecho a ser invitados,  nos molestamos y hasta nos enfadamos. Sin embargo, hay un Banquete celestial, al que todos hemos sido invitados, y lo rechazamos dándole prioridad a cosas mundanas y caducas. Y cuando digo todos son todos, incluso los pobres, lisiados, ciegos, y cojos. Es decir, una invitación sin condiciones. Todos estamos invitados a ese Banquete.

El Banquete es la más grande invitación a la que todos podemos aspirar, porque es ese lugar con el que todos soñamos y queremos y que muchos, quizás aquellos que rechazan la invitación, buscan en las cosas terrenales y en las satisfacciones del mundo. Un mundo pasajero, caduco y en el que contemplamos como todo se acaba y nada tiene valor, pues lo caduco está llamado a desaparecer y, solo lo permanente tiene sentido, belleza y gozo pleno. 

Hablamos de la Vida Eterna en plenitud de gozo y felicidad. Ese es el Banquete que nuestro Padre Dios nos tiene preparado y al que nos resistimos a ir. ¿En qué estamos pensando? ¿Acaso crees que todo el oro del mundo y toda la felicidad que puedas encontrar aquí abajo te hace feliz? ¿No te das cuenta que todo lo que aquí puedas encontrar tiene sus días contados? ¿Y luego, qué? ¿Para qué tanto deseas si luego no lo vas a disfrutar? 

Tengamos mucho cuidado porque el Evangelio de hoy termina con unas palabras en la que nos jugamos toda nuestra verdadera y única felicidad. Y eso es para siempre: Dijo el señor al siervo: ‘Sal a los caminos y cercas, y obliga a entrar hasta que se llene mi casa’. Porque os digo que ninguno de aquellos invitados probará mi cena».