María, la Madre de
Dios y también Madre nuestra, compartió con su Hijo el dolor de su Pasión y le
acompañó hasta el momento de la crucifixión viéndose impotente de poder hacer
algo. También a muchas madres, supuestas Marías, acompañan a sus hijos en el
dolor sufriéndolo con ellos. Mucho dolor detrás de cada víctima de esas guerras
disparatadas consecuencia del egoísmo y del afán de poder de los propios
hombres.
Y ese. Quizás. sea nuestro papel, aceptar el dolor de ver como el mundo, víctima de su propio pecado, se destruye obstinadamente sin comprender que solo el amor es la solución a todos sus problemas. Estar presente, como lo estuvo María al pie de la cruz, aunque parezca inútil, será ese paso solidario que descubra nuestra presencia en el dolor de los que realmente sufren y son víctimas del poder del pecado.