viernes, 23 de abril de 2021

COMER Y BEBER SU SANGRE ES VIVIR EN ÉL

Jn 6,52-59

Posiblemente, la ignorancia nos lleva a hacer grandes disparates. Es cierto y es verdad que nadie merece la gloria ni el perdón de sus pecados. Todo es regalo gratuito y misericordioso de Dios. Y eso, evidentemente es más notorio, más sensible y más eficaz cuando se está en estrecha y directa intimidad y relación con el Señor. Y la forma y manera más optima y real es en la Eucaristía. Porque, allí está real y presente, bajo las especies de pan y vino, el Señor.

En la Eucaristía somos contemporáneos del Señor, como dijo, me parece Benedicto XVI, porque, en esos momentos de la consagración y por la acción del Espíritu Santo - epíclesis - Jesús se hace presente y real bajo las especies de pan y vino y se transforma en alimento espiritual para nuestra alma. No es algo que recuerda que sucedió sino algo que está sucediendo en ese momento. Se actualiza su ofrecimiento, aunque incruento, transformado en pan y vino, para fortalecernos y alimentarnos espiritualmente.

Privarse de esto es un disparate monumental, porque no se trata de algo importante, sino de lo más importante, nuestra Vida y Felicidad Eterna. Y no debemos de privarnos porque nos consideremos indigno de recibirlo. Es que verdaderamente lo somos. Nos salvamos por la Infinita Misericordia de Dios, no por nuestras obras y méritos, que siempre son y serán insuficientes, sino por el Amor Misericordioso de nuestro Padre Dios.

Por tanto, a pesar de nuestros pecados, que siempre estarán ahí, insistamos, perseveremos y acerquémonos humildemente con un corazón contrito, dolorido y arrepentido de nuestras faltas y pecados de cada día. Y tratemos de limpiarnos con frecuencia en ese hermoso y necesario Sacramento de la reconciliación. El Señor sabe de nuestras faltas, miserias y pecados y nos espera, como nos ha revelado Jesús, el Hijo, en la parábola del hijo pródigo.