miércoles, 24 de diciembre de 2025

PROFETAS Y PROMESAS

Lc 1, 67-79

   Julio se sentía desamparado. Experimentaba temor ante la amenaza de todo aquello que le oprimía y le quitaba libertad. El horizonte se presentaba nublado, sin dejar atisbo alguno de esperanza.

   Sentado en la terraza —a la que acudía con frecuencia para tomar su buen café—, Julio se sentía abatido al pensar en todo lo que estaba sucediendo a su alrededor.

    El consumismo, el activismo ideológico, la ideología de género, los feminismos, el relativismo moral, el hedonismo, el materialismo, el individualismo o las nuevas bioideologías —que sueñan con vencer a la muerte— eran, pensaba, las corrientes hegemónicas que pretendían convencer al ser humano de que él mismo es el centro del mundo y el fin último de su existencia.

   Casi sin advertirlo, brotó de sus labios un grito desgarrado, en busca de esperanza. Manuel, que lo observaba desde hacía un buen rato y había notado su semblante abatido, le dijo:

    —¿Te ocurre algo, Julio? Te noto triste y nervioso.
    —Estoy preocupado. El mundo en el que vivo —al menos así lo siento— me impide alzar la mirada a lo alto. Todo el ambiente te arrastra al individualismo y a perder de vista al otro. Y eso me angustia y me deprime.
    —Mostrar la vida eterna y recuperar la mirada trascendente es un reto tan sencillo como complejo —respondió Manuel—. Muchos tendrán que volver a empezar.
    —¡Eso me parece imposible! —replicó Julio con expresión de desespero.
    —Siempre hay esperanza. Así lo canta Zacarías cuando profetiza diciendo (Lc 1, 67-79): «Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo, suscitándonos una fuerza…».

    Hizo una pausa, levantó la mirada, fijó sus ojos en Julio y, con cariño y ternura, continuó:

   —«Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz».

    Julio cayó en la cuenta de que se estaban cumpliendo las promesas dadas por Yahvé a su pueblo desde el remoto origen en Abrahán. Su expresión se transformó: ahora era serena y confiada.

     Había renacido en su interior la esperanza.