| Lc 1, 67-79 |
Sentado en la terraza —a la que acudía con frecuencia para tomar su buen
café—, Julio se sentía abatido al pensar en todo lo que estaba sucediendo a su
alrededor.
El
consumismo, el activismo ideológico, la ideología de género, los feminismos, el
relativismo moral, el hedonismo, el materialismo, el individualismo o las
nuevas bioideologías —que sueñan con vencer a la muerte— eran, pensaba, las
corrientes hegemónicas que pretendían convencer al ser humano de que él mismo
es el centro del mundo y el fin último de su existencia.
Casi sin
advertirlo, brotó de sus labios un grito desgarrado, en busca de esperanza.
Manuel, que lo observaba desde hacía un buen rato y había notado su semblante
abatido, le dijo:
Hizo una pausa, levantó la mirada, fijó sus ojos en Julio y, con cariño
y ternura, continuó:
—«Por la
entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el sol que nace de lo
alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte, para
guiar nuestros pasos por el camino de la paz».
Julio cayó en la cuenta de que se estaban cumpliendo las promesas dadas
por Yahvé a su pueblo desde el remoto origen en Abrahán. Su expresión se
transformó: ahora era serena y confiada.
Había renacido en su interior la esperanza.