| Mt 8, 5-11 |
Estas eran las órdenes que Leopoldo, jefe gerente de
la empresa, daba a sus subordinados. Todos sus mandatos eran ejecutados de
manera urgente y diligente. Era un buen jefe y estaba muy bien considerado por
quienes trabajaban con él.
Manuel sonrió, se levantó
y abrió la Biblia con suavidad. Leyó en voz serena:
—Mt 8, 5-11. En aquel tiempo, al entrar Jesús en
Cafarnaúm, un centurión se le acercó rogándole: «Señor, tengo en casa un criado
que está en cama paralítico y sufre mucho».
Luego, mirando a todos
con una expresión confiada y tierna, continuó:
—Jesús le contestó: «Voy yo a curarlo». Pero el
centurión respondió: «Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; basta
que lo digas de palabra y mi criado quedará sano. Porque yo también…»
Observamos cómo el centurión se percibe pequeño e
indigno ante la santidad de Jesús; cómo admira Jesús el cariño que tiene por su
criado y, sobre todo, su profunda fe.
De la misma manera, Leopoldo actúa así con sus subordinados: con respeto, ternura y compasión. Que su ejemplo nos inspire para que también nosotros tratemos con cariño a quienes están a nuestro cargo y ejercitemos una autoridad que nace del servicio, la humildad y el amor.