martes, 11 de junio de 2019

SAL Y LUZ

Resultado de imagen de Mt 5,13-16
El mundo tiene muchos problemas que parecen prolongarse en la vida sin posible solución. Hay muchos enfrentamientos entre unos y otros. Las familias son espacios de discordias y luchas por el poder de unos sobre otros, de las herencias a repartir, de las cualidades de unos y las de otros. Y así también los pueblos, pues son las familias las que forman los pueblos. Por lo tanto, si en las familias nace el foco de la pelea, en los pueblos habrá pelea.

La paz brilla por su ausencia, aunque aparentemente esté presente, porque donde tiene y debe habitar la paz es en el corazón del hombre. Y mientras no more ahí el conflicto está siempre en el límite de estallar y dar paso a la lucha y enfrentamiento. Hace falta luz para alumbrar el camino y hacer reflexionar sobre lo que nos sucede y nos hace romper la paz. No cabe duda que el plan de Dios es el ideal para establecer la paz. Un plan que se apoya en la misericordia y el perdón. Un plan que nos habla de compartir, de preocuparnos los unos por los otros, de no desear más que lo suficiente y necesario. Un plan de dominar nuestros egoísmos y de moderar nuestras ansias de ser más que otros y de satisfacer nuestras apetencias y caprichos aunque tengamos que pasar por encima de los demás.

Y ese plan que Dios nos propone, revelado por Jesús, su Hijo, tendremos que anunciarlo nosotros con nuestra vida y nuestras obras. Esas vidas y obras serán la sal y la luz que necesita el mundo ver y experimentar para que puedan establecer la paz y contagiarla con el sabor que da el buen gusto de hacer las cosas bien y gozar de esa dicha y armonía en convivencia pacífica. Es el resumen de ese ver como las comunidades impregnadas por la presencia de Dios y la acción del Espíritu Santo conviven y se aman.

Y todos comprendemos que esa es la solución a todos los problemas que la convivencia humana nos plantea, pero no terminamos de creérnoslo ni resistirnos a nuestros egoísmos y satisfacciones. Buscamos el placer inmediato que pronto nos deja vacío y volvemos a la misma situación. Nuestra luz es perecedera e inconstante y nuestra sal se pudre porque no llega a dar ese sabor gustoso. Es cuestión de plantearnos si realmente podemos ser sal y luz como el Señor nos propone. ¿Acaso el Señor si nos lo ha dicho y propuesto, no sabe que, contando con Él, podemos?