No es cuestión de
semillas ni de abonos. Se trata de dejarte labrar, abonar y trabajar por el
Espíritu de Dios y abrirte a su Gracia. Es la única alternativa de que tu
cosecha y tus frutos sean de la calidad que agrada al Señor. Porque, en
principio desde tu existencia has sido sembrada en tu corazón la semilla del
amor misericordioso, y el abono necesario para que des buenos frutos.
Ahora, por el
pecado, el mundo, demonio y carne también van simultáneamente creciendo en tu
corazón y en muchos momentos y circunstancias pueden convertirse en pájaros que
se comen la semilla que desparramas, pisas y distraído la dejas a la intemperie
y a manos del mundo, demonio y carne.
Sucede también que
al mismo tiempo crecen otras semillas malignas (cizaña y abrojos) que ahogan a
la buena semilla, o la tierra que le dejas no es lo suficiente profunda para
que la raíz de tu fe hunda fuertemente sus raíces y se afiance firmemente hasta
dar buenos frutos de amor.
Solo te queda la
esperanza de que prepares tu corazón con buena tierra y bien abonada con los
sacramentos y el agua de la Gracia recibida en la escucha de la Palabra y la
frecuencia de los Sacramentos el alimento Eucarístico que te alimente y te dé
la Vida Eterna. Porque a esos estamos verdaderamente llamados, a ser plenamente
felices eternamente.
Dependerá de que cada uno de nosotros riegue bien su corazón y lo abone con buena tierra para que la semilla sembrada en él por el Sembrador dé los frutos esperados y apetecidos.