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Mc 6,45-52 |
Nuestra experiencia es que el caminar se hace duro y, a veces, monótono. Corremos el peligro de hacerlo rutinario e intrascendente, como algo rutinario como el comer, vestirse y... La oración la podemos convertir en algo más de lo que hacemos todos los días de forma rutinaria. Ese es el gran peligro. Y en ese trajín de cada día entra la fatiga, nuestras propias debilidades y el cansancio, que ayudan más a convertirla en algo rutinario y habitual. Un gran peligro convertir nuestra oración en un habito.
Hay momentos que la oscuridad se hace, si no total, sí muy fuerte en nuestras vidas. No vemos ni conocemos la presencia del Señor. Incluso podemos llegar a pensar que es un fantasma como el relato del Evangelio de hoy. Los apóstoles creyeron que era un fantasma y tuvieron miedo. Corremos el peligro de que a nosotros nos pase lo mismo y que las ocupaciones de cada día, el trabajo y nuestras propias apetencias nos empujen a pone nuestra relación con el Señor en segundo plano. Será nuestro mayor error.
Encontrar y buscar tiempo para nuestra relación con Dios es nuestro mayor y más importante logro, porque en Él está la Vida Eterna y plena que buscamos. Un tiempo que marque todos los demás. Un tiempo que sea el principal y que a partir de ahí arranque todo lo demás. Nuestra relación con el Señor es lo verdaderamente importante. Él es el Camino, es la Verdad y es la Vida y no hay otra salida de eterna felicidad sino la de encontrarnos con Él. La oración, por tanto, es el tiempo más valioso de nuestra vida.