miércoles, 3 de septiembre de 2025

SANADOS Y RESTAURADOS

Lc 4, 38-44

    Se sentía incómodo con la autodisciplina que cada día se imponía. Los horarios le pesaban y sentía que le robaban esa improvisada libertad que tanto valoraba. En muchos momentos le asaltaba la idea de abandonar toda regla y disciplina.
    Un cambio reciente en el horario de misa, aunque simple y rutinario, trastocó su día a día y le puso nervioso. Trató de buscar silencio, de no precipitarse ni desesperarse. Sabía que el demonio estaba atento para aprovechar estos momentos. Tomó el Evangelio del día y leyó (Lc 4,38-44):

    “En aquel tiempo, saliendo de la sinagoga, Jesús entró en la casa de Simón. La suegra de Simón estaba con mucha fiebre, y le rogaron por ella. Inclinándose sobre ella, conminó a la fiebre… Salían también demonios de muchos, gritando y diciendo: ‘Tú eres el Hijo de Dios’. Los increpaba y no les dejaba hablar, porque sabían que Él era el Mesías... "

    Se detuvo, levantó la mirada y pensó: “El Señor es mi luz y mi salvación”.

    —Buenos días, Manuel, te noto algo místico. ¿Acaso estás rezando?
    —No exactamente, pero estaba reflexionando sobre el cansancio que siento con el trajín diario.
    —¿A qué trajín te refieres?
    —Al que nos imponen el mundo, el demonio y la carne. Estos momentos de cansancio son los que el demonio aprovecha para tentarnos y apartarnos de Dios.
    —¿Crees que el demonio conoce tus debilidades?
    —Sabe de su poder de seducción, y conoce nuestras flaquezas. Aprovecha cualquier momento de debilidad para lanzarnos sus tentaciones.
    —¡Entonces siempre estamos en peligro!
    —No lo dudes. Pero el demonio también reconoce a Jesús, y huye ante su presencia. Él tiene poder sobre él, lo conmina y no le deja hablar. Nos libera. En Él pongo toda mi esperanza.

    Manuel encontró la serenidad que buscaba en el silencio, en la presencia del Señor. Escuchar su Palabra y dejar que penetre en nuestro corazón nos llena de paz y nos libera de los peligros del mundo, el demonio y la carne.