domingo, 23 de noviembre de 2025

SIN PAZ SE HACE IMPOSIBLE LA FELICIDAD

Lc 23, 35-43

   La calle parecía un asilo. A un lado y al otro, los excluidos se hacinaban buscando un hueco para descansar y pasar la noche. Algunos lograban dormir; otros simplemente descansar. Daba lástima pasear por esos lugares y, también, corrías peligro de ser asaltado y desvalijado, cuando no gravemente herido.

  —¿No hay quien ponga orden en este pueblo? —gritó un transeúnte que pasaba por allí en ese momento.
   —Parece que no —respondió David. Esto sucede a cada momento. No hay orden, es un caos
   —Pero, ¿y la autoridad? —exclamó el transeúnte con la voz alterada. ¡Es inaudito, esto no se puede tolerar!
   —Tiene usted toda la razón —dijo David, pero esto es lo que hay. Ni la policía se pasa por aquí. Estamos totalmente abandonados.
    —Abandonados por los hombres, pero no por Dios. —sonó una voz que se oía a lo lejos.

    Todos miraron alrededor y vieron salir por la esquina de la derecha a un hombre enigmático, de figura esbelta, con un sombrero de rabino y espesa barba.

   Lo que ocurre es que este mundo ha dado la espalda a Dios. Y cuando sucede eso, nacen la insolidaridad, las desigualdades, explotaciones, miserias y hasta muertes. Lo mismo pasó cuando desoyeron a Jesús; se perdió el amor y la misericordia.

    Se hizo un silencio. Todos quedaron perplejos, como esperando una explicación.

    —Igual que aquel ladrón (Lc 23, 35-43) crucificado a la izquierda del Señor. Le decía: «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros.
Posiblemente nosotros estamos haciendo lo mismo. No creemos en el amor y menos en la paz. Actuamos según nos convenga o nos parezca, y así anda todo mal.
  —Pienso como usted —añadió David. La presencia del Señor soluciona todos estos problemas. Eso es lo que significamos cuando hablamos del reinado de Dios. El mundo estaría mejor.

    Los allí congregados empezaban a comprender que ese reino del que Jesús habla es lo que todos deseaban: igualdad, considerados como hermanos y sin exclusión, justicia, compasión y paz.

    Si Jesús reinará —pensaron muchos—, el mundo sería distinto, por su compasión; por su capacidad de perdón; por la paz interior que trae; por su servicio desinteresado; por la entrega de su vida; por su cercanía a los pobres y a los pecadores como nosotros.

    Y, ¿no somos nosotros los que podemos proclamarlo Rey de nuestras vidas?