La semilla del mal
está sembrada en aquellos corazones que se cierran al bien y a la verdad. Y sus
frutos son las malas intenciones. No se puede dialogar con aquel que esconde
malas intenciones porque de esa manera será imposible llegar a algún acuerdo y
menos a la verdad.
Se persigue a
Jesús porque su presencia molesta e inquieta. Sus palabras desprenden
entusiasmo y de sus frutos nace la verdad. Una verdad limpia, transparente,
sanadora y llena de esperanza. No saben como herirle hasta el extremo que tratan
de confundir a la gente alegando que está imbuido del poder del demonio.
La respuesta de
Jesús es contundente: (Mc 3,22-30): «¿Cómo puede Satanás
expulsar a Satanás? Si un reino está dividido contra sí mismo, ese reino no
puede subsistir. Si una casa está dividida contra sí misma, esa casa no podrá
subsistir. Y si Satanás se ha alzado contra sí mismo y está dividido, no puede
subsistir, pues ha llegado su fin». Pero nadie… Pero el que blasfeme
contra el Espíritu Santo, no tendrá perdón nunca, antes bien, será reo de
pecado eterno». Es que decían: «Está poseído por un espíritu inmundo».
Degradar el Evangelio hasta considerarlo producto camuflado del mal bloquea por completo el recorrido de la vida de Dios en el ser humano. No es la falta de la fe lo que impide reinar a Dios, sino la mala fe, ¿y esa nunca se deja perdonar! (tomado del Evangelio Diario en la compañía de Jesús – 2024 – comentarios de Francisco José Ruiz, SJ).