miércoles, 29 de octubre de 2025

LA PUERTA ESTRECHA

Lc 13, 22-30

   A la hora de medir el espacio, lo más habitual es escogerlo ancho y espacioso. Siempre parece mejor que sobre y no que falte.

   En esa dialéctica se encontraban Eusebio y su amigo Javier.
 —Si nos sobra, siempre podemos arreglarlo —dijo Eusebio, convencido de que era lo mejor.
   —Claro —respondió Javier—. De faltarnos sería peor y más costoso solucionarlo.
Estaban tan centrados en su problema que no advirtieron la llegada de Manuel.
   —¡Hombre, qué alegría! —exclamó al verlos—. Dos buenos amigos a los que hacía tiempo que no veía. ¿Cómo están?
   —Hola, Manuel —respondieron ambos—. Estábamos cerca de aquí y, terminado nuestro cometido, nos dijimos: “Vamos a la terraza a tomarnos un buen café y a saludar a los amigos.” Y aquí estamos.
   —¡Estupendo! —dijo Manuel sonriendo—. ¿Y en qué cometido andan metidos, si no es indiscreción? ¿Les podemos ayudar?
   —Nada de indiscreción —respondió Eusebio—. Al contrario, nos pueden ser de gran ayuda. Nuestro dilema es buscar la manera de hacer más cómodo un espacio por el que tenemos que transitar con frecuencia.
    —¿Y cuál es el problema? —preguntó Manuel, algo extrañado.
   —¡La medida! —respondió Javier—. Discutimos sobre su anchura. Unos lo vemos más estrecho y otros más ancho. Al final optamos por hacerlo espacioso; pensamos que sería más cómodo. Y, en caso de no serlo, siempre tiene arreglo.
    —Estoy de acuerdo en una cosa —dijo Manuel pensativo—: siempre hay arreglo. Pero no tanto en lo espacioso. La comodidad suele ser mala compañera; nos acostumbra mal y deriva en egoísmos, ambiciones y placeres.
    —¿Por qué dices eso? —preguntó Eusebio, algo preocupado.
 —Porque acostumbrarse a lo cómodo —respondió Manuel— suele traer desavenencias y enfrentamientos por el espacio. Todos buscan lo mejor, y quizás no hay para todos.
    —Pero… —iba a intervenir Javier, cuando Manuel lo interrumpió suavemente—.
   —El problema —continuó— es que todos buscamos el bienestar, y sin darnos cuenta lo anteponemos a los demás. Y así nacen los conflictos.
   —La puerta estrecha es más incómoda —dijo Javier, adelantándose a lo que intuía que iba a decir Manuel.
    —Sí, justamente eso —asintió Manuel—. No lo digo yo, lo dice Jesús (Lc 13, 22-30):
   «Esfuércense en entrar por la puerta estrecha, pues les digo que muchos intentarán entrar y no podrán…». 
  Jesús habla de la puerta que da paso al Reino, una puerta que se cierra a quienes han obrado la iniquidad.
 
    Ambos amigos se miraron con cierta complicidad. Se habían dado cuenta de que solo pensaban en su comodidad, sin considerar a los demás.
    ¿Estarían los otros de acuerdo? ¿Cómo les afectaría su decisión?
    Aquellas palabras de Manuel habían tocado sus corazones.
   Lo importante —comprendieron— es que cada uno se esfuerce, no solo por su propio bien, sino también por el de todos.
   Desprendernos de arrogancias y quejas, de bienes que proteger y honras que cultivar, del afán de controlar y de la voluntad de poder, nos da la posibilidad de entrar por esa puerta estrecha que conduce al Reino.