| Lc 13, 22-30 |
A
la hora de medir el espacio, lo más habitual es escogerlo ancho y espacioso.
Siempre parece mejor que sobre y no que falte.
En
esa dialéctica se encontraban Eusebio y su amigo Javier.
—Si
nos sobra, siempre podemos arreglarlo —dijo Eusebio, convencido de que era lo
mejor.
—Claro
—respondió Javier—. De faltarnos sería peor y más costoso solucionarlo.
Estaban
tan centrados en su problema que no advirtieron la llegada de Manuel.
—¡Hombre,
qué alegría! —exclamó al verlos—. Dos buenos amigos a los que hacía tiempo que
no veía. ¿Cómo están?
—Hola,
Manuel —respondieron ambos—. Estábamos cerca de aquí y, terminado nuestro
cometido, nos dijimos: “Vamos a la terraza a tomarnos un buen café y a saludar
a los amigos.” Y aquí estamos.
—¡Estupendo!
—dijo Manuel sonriendo—. ¿Y en qué cometido andan metidos, si no es
indiscreción? ¿Les podemos ayudar?
—Nada
de indiscreción —respondió Eusebio—. Al contrario, nos pueden ser de gran
ayuda. Nuestro dilema es buscar la manera de hacer más cómodo un espacio por el
que tenemos que transitar con frecuencia.
—¿Y
cuál es el problema? —preguntó Manuel, algo extrañado.
—¡La medida! —respondió Javier—. Discutimos sobre su anchura. Unos lo vemos más
estrecho y otros más ancho. Al final optamos por hacerlo espacioso; pensamos
que sería más cómodo. Y, en caso de no serlo, siempre tiene arreglo.
—Estoy
de acuerdo en una cosa —dijo Manuel pensativo—: siempre hay arreglo. Pero no
tanto en lo espacioso. La comodidad suele ser mala compañera; nos acostumbra
mal y deriva en egoísmos, ambiciones y placeres.
—¿Por
qué dices eso? —preguntó Eusebio, algo preocupado.
—Porque
acostumbrarse a lo cómodo —respondió Manuel— suele traer desavenencias y
enfrentamientos por el espacio. Todos buscan lo mejor, y quizás no hay para
todos.
—Pero…
—iba a intervenir Javier, cuando Manuel lo interrumpió suavemente—.
—El
problema —continuó— es que todos buscamos el bienestar, y sin darnos cuenta lo
anteponemos a los demás. Y así nacen los conflictos.
—La
puerta estrecha es más incómoda —dijo Javier, adelantándose a lo que intuía que
iba a decir Manuel.
—Sí,
justamente eso —asintió Manuel—. No lo digo yo, lo dice Jesús (Lc 13, 22-30):
«Esfuércense
en entrar por la puerta estrecha, pues les digo que muchos intentarán entrar y
no podrán…».
Jesús
habla de la puerta que da paso al Reino, una puerta que se cierra a quienes han
obrado la iniquidad.
Ambos
amigos se miraron con cierta complicidad. Se habían dado cuenta de que solo
pensaban en su comodidad, sin considerar a los demás.
¿Estarían
los otros de acuerdo? ¿Cómo les afectaría su decisión?
Aquellas
palabras de Manuel habían tocado sus corazones.
Lo
importante —comprendieron— es que cada uno se esfuerce, no solo por su propio
bien, sino también por el de todos.
Desprendernos
de arrogancias y quejas, de bienes que proteger y honras que cultivar, del afán
de controlar y de la voluntad de poder, nos da la posibilidad de entrar por esa
puerta estrecha que conduce al Reino.