Hay muchas mentiras
escondidas bajo las apariencias con las que nos mostramos y tratamos de
presentarnos de una manera cuando la realidad es que somos otros. Porque, no es
el cumplimiento y la ley la que refleja nuestra identidad sino lo que vive y
palpita en lo más profundo de nuestro corazón.
Y es que el pecado
se hace presente en nuestro corazón cuando escondemos nuestra verdad de manera
consciente y deliberada. Mentir es ocultar la verdad al otro a través de falsas
apariencias que la ocultan presentándola como buena y apetecible.
Refiriéndonos al evangelio
que hoy nos ocupa diremos que aquel fariseo escondía sus mentiras bajo su
ordenado cumplimiento de las normas exteriores que la ley dictaba pero, ¿y su
corazón? ¿Qué sentía su corazón? ¿Acaso se puede aparentar ser bueno y rebosar
de rapiña y maldad por dentro? ¿Qué prevalece?
No perdamos de
vista que llegada nuestra hora nuestras apariencias serán descubiertas y
seremos mostrados tal y como realmente somos, no como hemos querido mostrarnos.
Evidentemente, eso nos ayuda a darnos cuenta de nuestros innumerables pecados.
Al menos yo soy consciente de ello en los que se refiere a esconderme en mis
apariencias ocultando mi verdadero rostro.
Una vez más me doy cuenta de la Infinita Misericordia del nuestro Padre Dios, que a pesar de nuestras mentiras y apariencias, pacientemente nos mira con amor y nos tiende su mano misericordiosa invitándonos al Banquete eterno que nos proponía el domingo pasado.