Posiblemente nos
falte esa humildad que todos deseamos y pedimos. Quizás, nuestra propia
arrogancia nos inclina a no escondernos, sino a lucir lo que aparentemente no
somos cuando aportamos algo que nos parece grande o evidentemente lo es. Es
cierto que nos gusta lucirnos, quedar grande ante los demás y ser reconocidos y
admirados por los demás. Y, posiblemente, ahí se esconde nuestro pecado.
La grandeza está
en dar, no simplemente lo que te sobra, sino lo que necesitas. La cuestión, no
es quedarse sin nada, pero sí compartir con el que necesita y no tiene nada. Y,
sigue la cuestión, se trata de esconder esa generosidad tuya, porque ponerla a
la luz de que te vean y te aplaudan te deja ya – por esos aplausos – pagado.
Jesús aprovecha esa oportunidad para poner en conocimiento de los apóstoles la actitud e intención de aquella pobre viuda. Igual nadie tomó nota ni advirtió su desprendimiento y generosidad. Era poco lo que daba, pero era lo que podía dar. Y es eso lo que Jesús pone en advertencia de sus apóstoles. No se trata sólo de compartir, sino también de hacerlo en el anonimato.