viernes, 5 de abril de 2024

EL PELIGRO DEL SILENCIO

No es bueno permanecer callado. Si tus palabras e ideas se quedan dentro tu fe no vive, ni crece y, menos, contagia. Les pasaba a los apóstoles en muchos momentos de este tiempo de Pentecostés. En la aparición junto al lago de Tiberíades los apóstoles no se atrevieron a preguntarle quién era porque sabían bien que era el Señor.

Quizás nos ocurra lo mismo a nosotros hoy, más de dos mil años después. Y ese miedo a preguntarle nos delata. ¿Tenemos miedo a comprometernos? ¿Tenemos miedo a que nos comprometa la Palabra de Jesús? ¿A qué y por qué tenemos miedo? Quizás nuestra fe es incipiente y muy débil?

La fe tira de nosotros y nos impulsa afuera. La Resurrección tira de nosotros para que salgamos de nuestro encasillamientos, para que salgamos de nosotros mismos y demos voz y palabra a nuestra vida, concretándolo en nuestro actos de amor y misericordia. Y es precisamente en el diálogo y en el compartir como las penas sonríen, las dudas se desenredan y los sentimientos vislumbran esperanzas.

El Señor nos llama a ese salir de nosotros para dar ese gozo, fe y esperanza que llevamos dentro. Y debemos de hacerlo con el reto de que nuestra palabra coincida con nuestra vida. Porque, de no ser así los que nos escuchan o leen no verán que nuestros actos se reflejan en nuestras palabras. Quizás ese sea un peligro del compartir virtual, pero todo dependerá de tu compromiso serio y verdadero. Podrás engañar pero no a nuestro Señor Jesús.