Quien no tiene algún
plan en su vida. Es evidente que en algún momento hemos proyectado nuestro
camino y nuestro objetivo hacia un objetivo concreto y determinado. ¿Estaríamos
dispuestos a cambiarlo por mandato de Dios? Posiblemente nuestra justificación
sería que de saberlo seguro sí, pero ¿cómo lo sabría?
Pensemos que a
María pudo sucederle igual. Saberlo no es cuestión fácil. Es necesario estar
expectante, en actitud de espera, en íntima relación con el Señor y atento a
sus signos y señales. No es cosa de hoy para mañana, ni de un instante luminoso
como si de un rayo se tratara. Es un camino de espera, de escucha, de estar
vigilante y en actitud de búsqueda, de relación y en perseverante oración. Todo
lo demás será obra del Espíritu Santo que te irá modelando esa respuesta que tú
vas mostrando.
María y José
pasaron por esa vicisitudes y dificultades. No creamos que fue fácil y que todo
transcurrió como si de una visión clara se tratara. Todo ocurre cuando el
Espíritu Santo encuentra un terreno fértil, preparado y abierto a ser cultivado.
Recordemos la parábola del sembrador. Solo en una tierra buena arraiga la
semilla y da frutos buenos. ¿Qué tierra soy yo? Esa es la pregunta a la que tengo
que responder con mi esfuerzo, con mi compromiso, con mi trabajo, mi
perseverancia y con mi oración. ¿Te das cuenta? Descubrimos que necesitamos la
oración que nos relacione íntimamente con Jesús y pedirle luz, sabiduría,
capacidad de discernimiento y todo lo que necesitemos para darnos cuenta.
María y José son dos figuras que nos pueden ayudar a discernir nuestro camino. Mirándoles podemos encontrar muchas respuestas que están enterradas en nuestro corazón. La primera, la de la docilidad, es decir, ser confiados y fieles a los impulsos del Espíritu Santo.