Tanto el ayuno
como el desprendimiento de la limosna nos exigen una disponibilidad y desapego
de nuestras propias ambiciones y deseos que el mundo, en el que vivimos, nos
ofrece y nos seduce. La lucha ha de ser constante porque la seducción está viva
dentro de nosotros. La Cuaresma es precisamente tiempo para prepararnos en ese
sentido. Ese es el objetivo, fortalecernos espiritualmente para ser lo que
queremos ser, amor tal y como nos ha propuesto y enseñado Jesús.
Nos preparamos
para esa Semana Grande y Santa donde vivimos la Pasión, muerte y Resurrección
de nuestro Señor y en la que vemos como Él nos ha amado hasta el extremo de
ofrecer y entregar su Vida en una muerte de cruz, por todos nosotros. Y
queremos y deseamos vivir en esa actitud de desprendimiento, de servicio, de
compartir y de ser cada día más amor como lo es nuestro Señor.
Por tanto, dispongámonos a vivir este tiempo cuaresmal de la mejor manera posible. No como un tiempo concreto que empieza y se acaba, sino como un tiempo permanente que se manifiesta y vive durante toda nuestra vida. Eso nos exigirá siempre estar cerca del Señor.