Tenía que
ser así. ¿Cómo si no, los discípulos hubiesen creído en el Señor? Jesús sabe de
nuestra manera de razonar y de que nuestra razón no alcanza a creer en su
resurrección. Y, hasta su ascensión a los cielos, Jesús se les aparece, ésta es
la tercera, para que su mentes vayan asimilando la realidad de su resurrección.
Jesús, Dios encarnado, es Señor de la vida y la muerte.
Y una vez
más pide comer para que se vayan dando cuenta de que no es ningún espíritu ni
fantasma. Es Jesús, el que ellos han conocido que ha resucitado. Es decir, ha
vencido a la muerte en el madero de la cruz. Ese es su triunfo, un reino de
amor y misericordia, no un reino de poder y fuerza.
La cruz, para el cristiano, es el signo de la victoria, del triunfo de la vida sobre la muerte. Por eso, mirar a Cristo crucificado es mirar al triunfo del poder del bien, de amor ante el poder del mal y la mentira. Y los apóstoles van dándose cuenta de que Jesús, el Maestro, ha resucitado. Y que, según sus mismas palabras, estará con ellos hasta la consumación de los siglos.