Solo nos puede
guiar Él, el Señor. Desde el momento que bajamos la mirada al mundo y a lo que
lo contiene nos desorientamos, debilitamos y quedamos en manos del demonio. Por
tanto, nuestra mirada tiene que ser firme en el Señor y agarrados a Él podemos
seguir el camino en verdad y en amor.
Un camino que solo
abiertos a la acción del Espíritu Santo podemos ser capaces de vernos a
nosotros mismos, limpiar y purificar nuestras impurezas y ayudar a que los
demás puedan también encontrar la luz que los lleve a levantar sus miradas y
ponerlas en el Señor. Camino, Verdad y Vida.
Quien no se
relaciona con Dios – en la oración – muestra su suficiencia y su orgullo. Da
entender con sus gestos de suficiencia que no necesita de nadie y tampoco de
Dios. Se alinean con aquellos escribas y fariseos hipócritas que se bastaban a
sí mismos y que se creían los sabiondos superiores a todos los demás capaces de
guiarlos y orientarlos. Son tan ciegos que no son capaces de ver sus propios
errores, falsedades e hipocresías.
Esa debe ser nuestra norma, caminar con la mirada siempre levantada y fija en el Señor. Él es el verdadero y único Camino, Verdad y Vida, y solo en Él podemos encontrarnos, renovarnos y perfeccionarnos en nuestro camino para no caer en la hipocresía, en la mentira, en la vanidad y el engaño de creernos mejores que los demás. Simplemente siervos y amigos. Nada más.