Es el momento clave y último de Jesús - encarnado en Naturaleza humana - aquí en este mundo. Crucificado y a punto de expirar, mira a su Madre y, viendo a Juan - el discípulo amado - nos la ofrece como Madre.
¡Qué gran regalo! María, la elegida para ser la Madre de Jesús, el Mesías enviado por el Padre, regalada por su Hijo, Dios y Hombre verdadero, a todos los hombres. Aceptar a María como verdadera Madre es un acto de fe y una hermosa suerte. Porque, nada se puede comparar, después del Hijo, a tener una Madre como María en el Cielo.
Una Madre que nos quiere; una Madre que nos acompaña; una Madre que intercede por cada uno de sus hijos; una Madre que nos fortalece y nos ayuda a confiar en su Hijo; una Madre que nos ayuda a, como dice el Papa Francisco, a dejarnos tocar por su Amor, para que podamos tocarlo en la fe; una Madre que nos enseña a ser obedientes, a confiar y a perseverar en su seguimiento hasta el final.
Porque, en el final de nuestros días, Jesús estará también con nosotros a pie de nuestra cruz para liberarnos de la muerte. Gracias Madre por mostrarnos el camino. María, Madre de la Iglesia, ruega por nosotros. Amén.