Estaban
todos los apóstoles encerrados por miedo. No se sentían con fuerza ni con capacidad
para anunciar la Palabra del Señor. Mantenían las puertas cerradas por miedo a
los judíos y sin apenas esperanza de anunciar que Jesús había resucitado.
Supongo que a nosotros nos sucede algo parecido. Creemos, pero no somos capaces
de confesar nuestra fe según el ambiente donde estemos. ¿Qué nos pasa?
Posiblemente
sea lo mismo que les ocurrió a los apóstoles. La diferencia fue que en esos
momentos, los apóstoles recibieron al Señor, y éste les infundió el Espíritu
Santo. Así lo dice este pasaje evangélico: (Jn 20,19-31): Al atardecer de aquel día, el
primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del
lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos
y les dijo: «La paz con vosotros». Dicho esto, les mostró las manos y el
costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. Jesús les dijo otra vez:
«La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío». Dicho esto,
sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis
los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan
retenidos» …
No hay justificación, porque
también nosotros, los bautizados, hemos recibido al Espíritu Santo en la hora
de nuestro bautizo. Y, abiertos a Él podemos hacer lo mismo que los apóstoles,
pues así nos lo ha dicho el Señor – Jn 14, 12-17 –. Lo que ocurre que nos falta
fe igual que le ocurrió a Tomás. Necesitamos ver para creer. Pidamos que seamos
capaces de fiarnos de la Palabra de nuestro Señor.