jueves, 20 de septiembre de 2012

LA INCLINACIÓN A JUZGAR...

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 Lucas 7,36-50. Tiempo Ordinario. ¿Quieres saber cuánto vales?

Es algo que nace en nace en lo más profundo de nuestro ser. Me atrevería a decir que es una de nuestras mayores tentaciones y debilidades que afectan a nuestra naturaleza. Juzgamos sin poder evitarlo y en muchas ocasiones necesitamos luchar interiormente contra nosotros mismo para evitar caer en esa dinámica que nos inclina a juzgar.
 
Y en esos juicios subjetivos que emitimos, siempre barremos en el mismo sentido. Somos nosotros los mejores, los perfectos y los favorecidos. Siempre es el otro el culpable, o en su defecto tendremos una y mil excusas para ponernos en buen lugar.
 
Nunca, cegados por nuestra propia vanidad y soberbia, vemos lo que hace el otro y su actitud generosa, sino empequeñecemos sus actos y magnificamos los nuestros. Es el caso que hoy nos descubre el Evangelio. Aquel publicano se escandaliza de que Jesús se deje tocar y atender por aquella mujer pecadora, y no advierte su actitud y desatenciones al recibir a Jesús en su casa.
 
Nuestro criterio no está en función de entrega y gratuidad, sino en relación directa con el rendimiento y la productividad. De modo que en la medida que sea más útil y provechoso, mejor y más grande será su valor. No importan otras cosas, sólo lo que rinda y aporte en valor material. Así no se valora lo que aquella mujer hace ni el cómo y por qué invierte tan caro perfume en los pies de Jesús.
 
No se entendió ayer, pero tampoco se entiende hoy. El criterio del amor no consiste en sentimientos, emociones o deseos subjetivos o movidos por intereses de una u otra forma. El criterio del amor es una actitud de desapego y olvido de uno mismo para darse en servicio a otro. Y ese criterio fue el que movió a aquella mujer, a darse de forma agradecida pero desinteresada, pues es evidente imaginar que ella no conocía ni sabía quien era o podía ser Jesús.
 
Simplemente, cuando el amor se experimenta, el amor enciende en nosotros una llama que tiende a propagarse irresistiblemente hasta quemar de gozo y felicidad a los demás. Eso había sucedido delante de los ojos de aquel fariseo, pero su mente permanecía ciega. Tendría que oír de labios de Jesús que sólo aquel que ama con todas sus fuerzas será, en esa medida, también perdonado en todos sus pecados.
 
Despierta nuestra inteligencia e ilumina nuestra mente para experimentar que sólo el amor nos hará feliz, y eso sólo lo alcanzaremos por tu Gracia. Amén.