Mt 21, 33-43. 45-46 |
El anuncio que
trae Jesús, enviado por su Padre, desestabiliza todo ese orden que los sumos
sacerdotes, escribas y fariseos sienten como suyo. Se consideran garantes de esa
Ley y Profetas y no aceptan el vino y odres nuevos que presenta Jesús. No ha
venido a cambiar nada sino a perfeccionarlo, dice y repite Jesús. Porque la Ley
no puede obviar el amor y la misericordia de nuestro Padre Dios.
Es evidente que la
Ley hay que cumplirla, pero una Ley justa, natural que ya Dios ha imprimido y
sellado en el corazón de cada hombre. Nunca una Ley nacida del corazón del
hombre. Un corazón corrompido, herido por el pecado y sometido a los vaivenes y
pasiones de este mundo. Son los aires nuevos del Evangelio del Amor
Misericordioso que deben ser anunciados a todos, de manera especial a los
marginados, a los pobres, a las periferias, pero también al pueblo.
Quizás debemos también revisarnos nosotros, que formamos la Iglesia, abiertos a la acción del Espíritu Santo, tratar de respirar ese aire fresco, nuevo y misericordioso que el Espíritu sopla sobre nosotros. Porque toda la Ley se resume en el amor y la misericordia.