¿Nos ocurre algo parecido
también a nosotros en nuestro tiempo? ¿Cuántos profetas pasan por nuestro lado –
familiares, amigos, vecinos, parroquianos…etc. y no le hacemos caso? Respondemos:
¿Qué me va a decir a mí este pecador? ¿No es éste el vecino, el hijo, hermano
de…? ¿Acaso puede decirnos algo?
¿Qué nos puede
convencer? Solo Dios sabe que hará falta para hacerle pensar y darle un vuelvo
a su corazón. Desde hace algún tiempo le pido al Señor eso, que dé un zarpazo,
en el buen sentido, a mis hijos y amigos que les haga abrir bien los ojos y
darse cuenta de sus necedades. Al mismo tiempo experimento mis impotencias e
incapacidades de no poder ni saber qué hacer para, no darte a conocer sino para
que se interesen por conocerte.
El otro día nos preguntábamos,
en una conversación entre amigos, sobre el mal que origina enfrentamientos,
separaciones y luchas entre familiares, amigos y vecinos. Conveníamos que la
envidia es el detonante que origina enfados, desprecios, soberbia,
comparaciones, malos deseos…etc. Una envidia que no consiste en tener envidia
de que tengas más cosas y mejor que yo, sino que, precisamente, las tengas.
A mí no me importa
tener o no tener sino lo que me molesta es que tú tengas. E incluso tengas lo
que yo no tengo o no alcanzo a tener. Luego, te excluyo, te rechazo y no acepto
tu verdad o tu palabra. Supongo que la autoridad y las buenas obras de Jesús – milagros
– molestaban a aquella gente que le había visto crecer como uno más del pueblo.
¡Y ahora viene a enseñarnos y a proclamarse el Hijo de Dios! ¿Quién le ha dado
esa autoridad?
Si realmente nos
sinceramos, ¿no nos ocurre a nosotros eso hoy también con nuestros amigos,
vecinos, parroquianos y otros? ¡Ese curita nuevo que lo he visto hasta gatear
en la parroquia viene ahora a darme lecciones! ¡O ese amigo que tiene el don de
la palabra!
Posiblemente debemos ser más humildes y mirar un poco nuestro ombligo y pensar que el Espíritu Santo es quien reparte dones y sopla donde quiera. Quizás no se trata de decir amén a todo, pero sí estar atento a la escucha y discernimiento de la Palabra de Dios que puede venirnos, según el Espíritu, de muchos sitios diferentes.