lunes, 4 de septiembre de 2023

NINGÚN PROFETA ES ACEPTADO EN SU PUEBLO

¿Nos ocurre algo parecido también a nosotros en nuestro tiempo? ¿Cuántos profetas pasan por nuestro lado – familiares, amigos, vecinos, parroquianos…etc. y no le hacemos caso? Respondemos: ¿Qué me va a decir a mí este pecador? ¿No es éste el vecino, el hijo, hermano de…? ¿Acaso puede decirnos algo?

¿Qué nos puede convencer? Solo Dios sabe que hará falta para hacerle pensar y darle un vuelvo a su corazón. Desde hace algún tiempo le pido al Señor eso, que dé un zarpazo, en el buen sentido, a mis hijos y amigos que les haga abrir bien los ojos y darse cuenta de sus necedades. Al mismo tiempo experimento mis impotencias e incapacidades de no poder ni saber qué hacer para, no darte a conocer sino para que se interesen por conocerte.

El otro día nos preguntábamos, en una conversación entre amigos, sobre el mal que origina enfrentamientos, separaciones y luchas entre familiares, amigos y vecinos. Conveníamos que la envidia es el detonante que origina enfados, desprecios, soberbia, comparaciones, malos deseos…etc. Una envidia que no consiste en tener envidia de que tengas más cosas y mejor que yo, sino que, precisamente, las tengas.

A mí no me importa tener o no tener sino lo que me molesta es que tú tengas. E incluso tengas lo que yo no tengo o no alcanzo a tener. Luego, te excluyo, te rechazo y no acepto tu verdad o tu palabra. Supongo que la autoridad y las buenas obras de Jesús – milagros – molestaban a aquella gente que le había visto crecer como uno más del pueblo. ¡Y ahora viene a enseñarnos y a proclamarse el Hijo de Dios! ¿Quién le ha dado esa autoridad?

Si realmente nos sinceramos, ¿no nos ocurre a nosotros eso hoy también con nuestros amigos, vecinos, parroquianos y otros? ¡Ese curita nuevo que lo he visto hasta gatear en la parroquia viene ahora a darme lecciones! ¡O ese amigo que tiene el don de la palabra!

Posiblemente debemos ser más humildes y mirar un poco nuestro ombligo y pensar que el Espíritu Santo es quien reparte dones y sopla donde quiera. Quizás no se trata de decir amén a todo, pero sí estar atento a la escucha y discernimiento de la Palabra de Dios que puede venirnos, según el Espíritu, de muchos sitios diferentes.