sábado, 19 de febrero de 2022

PARA RESUCITAR, PRIMERO HAY QUE MORIR

Mc 9, 2-13

Los apóstoles se encuentran desorientados y desanimados. No entienden nada. Bajan del monte Tabor, después de vivir esa hermosa experiencia de la Transfiguración y no entienden lo de la muerte y resurrección de Jesús. En sus cabezas no entraba ni entendían esa posibilidad. Algo así como si Jesús les hablara en chino. Ante este supuesto, Jesús sabe que necesitan ánimo y algo que les llene de esperanza. Eso explica la subida al monte Tabor. El Evangelio de - Marco 9, 2-13 - lo narra así: En aquel tiempo, Jesús toma consigo a Pedro, Santiago y Juan, y los lleva, a ellos solos, aparte, a un monte alto. Y se transfiguró delante de ellos, y sus vestidos se volvieron resplandecientes, muy blancos, tanto que ningún batanero en la tierra sería capaz de blanquearlos de ese modo. Se les aparecieron Elías y Moisés, y conversaban con Jesús. Toma la palabra Pedro y dice… Y cuando bajaban del monte les ordenó que a nadie contasen lo que habían visto, hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos. Ellos observaron esta recomendación, discutiendo entre sí qué era eso de "resucitar de entre los muertos". Pero, así y todo ellos quedan desorientados.

Algo parecido puede pasarnos a nosotros. Nos cuesta aceptar, aunque digamos que sí, que creemos, lo de la Resurrección de Jesús. Porque, de estar seguro, ¿no cambiaría nuestra vida? Posiblemente, y creo que es verdad, lo creemos, pero, el pecado no acecha y nos tienta para que no reaccionemos como nos gustaría reaccionar. Eso no descubre la necesidad de fortalecernos en el Espíritu Santo y en recibir los sacramentos – Reconciliación y Eucaristía – con la mayor frecuencia posible.

Será bueno y necesario hacernos esa pregunta. Meditar y reflexionar en ese Jesús transfigurado que, ofreciendo, aceptando y entregando su Vida voluntariamente y por amor, nos ha liberado de la esclavitud del pecad y rescatado nuestra dignidad de hijos de Dios. Hijos, que por su Infinita Misericordia somos invitados al Banquete Eterno de y para compartir su Gloria.