Es evidente que la
Misericordia de nuestro Padre Dios es la que realmente nos salva. Nosotros,
simples administradores del mundo – la Viña que el Señor nos ha dejado en nuestras
manos - no sabemos cuidarlo ni
administrarlo de manera equitativa y solidaria. No escuchamos al Dueño de la
Viña, ni tampoco a sus enviados, ni a su propio Hijo. Es más, lo hemos matado.
Y muchos siguen erre que erre haciendo oídos sordos a su Palabra y a su
Infinita Misericordia. Y es que el mundo nos ciega y no embota el corazón de
egos y pasiones incontroladas.
En la parábola que
el Evangelio nos pone hoy se nos describe realmente lo que ha y está pasando en
nuestro mundo. Hemos recibido la vida, una familia, un pueblo y un mundo que el
Señor ha dejado en nuestras manos para que lo explotemos y administremos. Y
para que lo repartamos equitativamente entre todos. Para que haya igualdad y
oportunidades para todos; para que haya suficiente cosecha para que todos
puedan vivir dignamente. Para que no se pase hambre ni necesidades de primera
necesidad.
Un mundo donde haya verdad, justicia y paz. Sin embargo, ¿en qué se ha convertido la Viña que el Señor nos ha dejado? A la vista está. Solo una simple mirada al mundo actual y podemos deducir en que y cómo hemos convertido la Viña que el Señor ha puesto en nuestras manos. Será cuestión de reflexionar y cada cual pensar que puede hacer para, por su parte, mejorar este mundo que se nos ha dado.