Se supone, y es
lógico deducirlo en la Persona de Jesús, que sabía quien era Natanael, asociado
por la tradición a Bartolomé, considerado un israelita de verdad, tal y como se
dice en la cita evangélica. Y tal y como sucedió con el propio Natanael,
también nosotros nos asombramos de que Jesús nos conozca y sepa nuestros más íntimos
pensamientos y deseos.
Era pensamiento
común a todo israelita el considerar que de Galilea no es tierra de profetas.
Natanael pensaba así y Jesús conocía, como judío que era, esa forma de pensar y
considerar de los israelitas. A veces nos asombramos por situaciones tan
sencillas para Jesús pero difícilmente comprensivas para nosotros. Y digo a
veces porque cada día suceden muchas de estas cosas que no apreciamos ni
advertimos. Vivimos con los ojos cerrados espiritualmente y solo vemos las
cosas materiales que nos rodean.
Seguro que el
Señor está a tu lado y no te das cuenta. Quizás en un momento desafortunado,
enfermedad o circunstancias de peligro tus ojos se abran y veas, como le pudo
ocurrir a Natanael, a Jesús. Quizás puedas llegar a pronunciar sus mismas
palabras: «Rabbí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel». Y
sería muy bueno que a partir de ese momento tu compromiso sea firme con la
asistencia del Espíritu Santo. Y digo firme porque el camino está lleno de
peligros, de seducciones, de caídas y de amenazas.
Para eso, para levantarnos que es nuestra lucha diaria, tenemos los sacramentos, especialmente la reconciliación – confesión – y la Eucaristía. Con ellos nos fortalecemos para superar nuestras caídas, nuestros fallos y pecados y volver, puestos en pie, a iniciar el camino. Y nunca olvidar que la Misericordia de nuestro Padre Dios es Infinita.