jueves, 11 de mayo de 2023

PERMANECER EN EL AMOR DEL SEÑOR

Todo está dicho, “permanecer en el Señor”. Y es que cuando se permanece en el Señor se esta cumpliendo los mandamientos, pues, sin amor no puedes permanecer en el Señor. Y cuando amas cumples, pues todos los mandamientos están contenidos en ese Amor Misericordioso con el que nos ama el Señor.

Es evidente que cuando la relación está fundamentada en el conocimiento de sabernos salvados eternamente la vida debe llenarse instintivamente de alegría y de paz. Quienes se saben salvados manifiestan paz y alegría. ¿O acaso no es un gozo saberse hijo de Dios y llamado a vivir eternamente?

Por tanto, cuando la relación con el Señor está fundada en normas y cumplimientos todo puede derrumbarse como si anduviéramos por arenas movedizas. La norma se endiosa y los cumplimientos se cuentan y se limitan hasta la razón y se excluye la misericordia. Se pierde la humildad, la paciencia, la comprensión y se adora al cumplimiento. Y como si de un ídolo de barro se tratara a la menor dificultad o malos tiempos todo se derrumba irremediablemente.

Nuestra verdadera relación con Jesús nos lleva a vivir en los mandamientos, porque el amor los contiene todos. Experimentas, por la acción del Espíritu Santo que te acompaña y asiste, que amar a Jesús te implica y te dirige a amar al prójimo. Y cuando amas al prójimo, le respetas, no le engañas ni le robas, ni le envidias, cuidas y honras a tus padres, respetas la vida, el compromiso matrimonial, la familia…etc.

Sabes y lo vives con verdadera intención amar al prójimo – y el prójimo son todos – para que de esa manera tu amor con Jesús llegue a Él. Porque si no es así nos engañamos a nosotros mismos. Jesús nos lo dice claramente y se pone de ejemplo dándonos testimonio al permanecer en el amor del Padre. De la misma manera nosotros tenemos que exigirnos permanecer en el amor de Jesús.

Y permanecer significa eso, ponerlo en el centro de nuestra vida hasta el punto de que permanezcamos en Él como Él en el Padre. De tal manera que vivamos injertados en el Señor, como decía Pablo, que ya no seamos nosotros sino Cristo que vive en cada uno de nosotros.