La misericordia es
la clave de tu oración. Porque sin misericordia tu oración no existe. Solo
queda tu egoísmo y la mentira de tus ritos. Una oración que se sostiene en una
relación personal con Alguien que vive y está permanentemente contigo y tú en
su presencia. No existe oración si no hay un intercambio concreto con Alguien que
te escucha, está presente en tu vida y mueve tu corazón.
En ese sentido y
actitud, la oración mueve tu conversión y tu acercamiento cada día más al
estilo de vida de Jesús. Tal y como le movió a Él, encarnado en naturaleza
humana, con su Padre. La relación Padre e Hijo da lugar a la acción del
Espíritu que puestos en sus manos y abiertos a su acción nos mueven de la misma
forma hacia el amor que ellos mantienen en un Dios Uno y Trino.
Es evidente que
sin ese contacto personal con el Espíritu de Dios – Espíritu Santo – que nos
visita en el instante de nuestro bautizo no podemos avanzar en conversión y
menos sostenernos en ella. Necesitamos esa relación diaria, prioritaria y
urgente para que cada instante de nuestra vida se convierta en un acto de
misericordia y amor. Y eso es lo que refleja y contiene esa oración que Jesús,
el Hijo de Dios, nos enseña: El Padrenuestro.
Una oración que
prioriza y nos pone en íntima relación con el Padre; pide lo necesario para
satisfacer nuestras exigencias corporales y materiales y misericordia por
nuestras permanentes faltas, debilidades y pecados. Y ruega para que no nos
dejemos seducir por las falsas y engañosas ofertas del mal que el demonio nos
presenta.
Y sostenernos en
esa dinámica de lucha exige lo que decíamos al principio, constante y diario
contacto interior a través de la oración y sacramentos con el Señor, que nos
fortalece y nos sostiene. Ese es el camino que nos propone la Cuaresma.