La cruz es la gran
oportunidad de nuestra vida. Es, nada más y nada menos que nuestra salvación.
Nuestro camino es un camino de cruz. Con ello queremos significar que seguir a
Jesús exige cargar con la cruz. Pero ¿qué cruz? Él ya cargó y lo hace cada día
con la cruz de todos nuestros pecados, pero eso no te eximirá de que tú tengas
también que cargar con tu propia cruz.
Hay muchas cruces
en nuestra vida que, quizás, muchas están escondidas en nosotros mismos. La
cruz de tu soberbia; la cruz de tu lujuria; la cruz de tu infidelidad; la cruz
de tu avaricia; la cruz de tu ambición y egoísmo; la cruz de no dar tu brazo a
torcer; la cruz de tu empeño en ganar siempre aunque eso te exija pasar por encima
de otros. Y posiblemente muchas más cruces que permanecen escondidas o
disimuladas en tu propia vida. Sacarlas a flote, a la luz y mirarla de frente
sin miedo sabiendo que ante ellas, tus pequeñas cruces, quedan curadas cuando
miras con fe la única y verdadera Cruz que limpias nuestras pequeñas cruces y
nos salva.
¿Quién eres Tú, Señor, que entregas tu Vida en una muerte de cruz para redimirnos de nuestros pecados? ¿Quién eres Tú que nos desconciertas y nos saca de nuestras propias comodidades en las que permanecemos cómodos e instalados? ¿Quién eres, Señor, que con tu Vida nos salva y nos señalas el camino que, para salvarnos también nosotros, debemos seguir? Sostén mi mirada, Señor y no permitas que mis ojos se desvíen y se dejen seducir por las comodidades de este mundo. Llena mi corazón de tu amor misericordioso e ilumina mi vida para que vea y siga tu camino. Porque, lo que quiero, Señor, está en Ti.