Su disciplina y horario le exigían madrugar. Juan
era madrugador, pero no tanto porque le gustara, sino porque su ruta de trabajo
se lo imponía. Desde las seis de la mañana, los pasos de Juan se oían en la
casa.
«Juan ya está levantado», pensaba la madre al
escuchar sus pisadas.
Y así era. Pero tras el ruido de asearse y vestirse, venía un silencio. Su
madre conocía la causa: era el momento de la oración.
Juan exponía ante el Señor su trabajo del nuevo día
y a Él se encomendaba. Luego venía la segunda parte: la acción, la realización
concreta de lo orado.
Si tu oración no va acorde con tus obras, algo está
fallando.
La falta de sincronía entre lo espiritual y lo humano revela una incoherencia
que deja al descubierto la hipocresía. Porque quien no hace lo que dice, es
hipócrita.
Era domingo, y tras la celebración eucarística —la
misa—, Juan solía dar un largo paseo y descansar luego en la terraza. Los
domingos no solían formarse grandes tertulias, pero algunas veces sí… ¡y de las
buenas! Aquel día se había reunido una bastante numerosa y muy prometedora.
Juan escuchaba atentamente y, cuando algo le tocaba
el corazón, intervenía.
—¿Qué opinan ustedes cuando las palabras no van de
acuerdo con las obras? —preguntó uno de los tertulianos.
—Pues que se está mintiendo —respondió Manuel—. O
dicho de otro modo: quienes actúan así son hipócritas; dicen lo que luego no
hacen.
—¿Alguna opinión más, aparte de la de Manuel?
—preguntó el primero.
—Estoy de acuerdo —comentó Pedro—, pero esa
hipocresía pronto queda descubierta, y trae sus consecuencias.
—Claro. De ahí la importancia de decir no solo lo
que se piensa, sino también mostrarlo con la vida. Eso fue precisamente lo que
hizo y enseñó Jesús a sus apóstoles (Lc 6, 12-19), cuando, después de pasar una
noche entera orando a su Padre, eligió a sus discípulos íntimos, a quienes
llamó apóstoles.
—Pero… al parecer eso no basta —replicó Pedro algo
disconforme—. Jesús tuvo algún fallo en su elección.
—Sí, Judas Iscariote lo traicionó —admitió Manuel—,
pero eso no demuestra un fallo de Jesús, sino la libertad del hombre. Cuando
uno se aparta de la oración, puede quedar en manos del maligno y hacer el mal.
—Solo hay que ver cómo terminó —dijo quien había
iniciado el debate.
—Lo evidente —concluyó Manuel— es que toda acción
lleva una preparación. Y nada mejor que abrirse en oración a nuestro Padre
Dios, pidiéndole luz, fortaleza y voluntad para hacerla lo mejor posible.
Los apóstoles aprendieron de la práctica de Jesús,
al contemplar cómo vibraba ante las personas, cómo se entregaba a ellas y cómo
servía desde lo que lo animaba: una unión constante y afectiva con el Padre, y
una compasión que lo llevaba a cuidar y sanar.
También tú, y yo, somos elegidos para llevar su
Palabra a través de la humildad de nuestras vidas: sin aspavientos ni
suficiencia, sino con el testimonio sencillo de quienes proponen una vida de
amor, justicia y misericordia.