martes, 28 de octubre de 2025

ORACIÓN Y ACCIÓN

    Su disciplina y horario le exigían madrugar. Juan era madrugador, pero no tanto porque le gustara, sino porque su ruta de trabajo se lo imponía. Desde las seis de la mañana, los pasos de Juan se oían en la casa.

    «Juan ya está levantado», pensaba la madre al escuchar sus pisadas.
    Y así era. Pero tras el ruido de asearse y vestirse, venía un silencio. Su madre conocía la causa: era el momento de la oración.

   Juan exponía ante el Señor su trabajo del nuevo día y a Él se encomendaba. Luego venía la segunda parte: la acción, la realización concreta de lo orado.

    Si tu oración no va acorde con tus obras, algo está fallando.

    La falta de sincronía entre lo espiritual y lo humano revela una incoherencia que deja al descubierto la hipocresía. Porque quien no hace lo que dice, es hipócrita.

    Era domingo, y tras la celebración eucarística —la misa—, Juan solía dar un largo paseo y descansar luego en la terraza. Los domingos no solían formarse grandes tertulias, pero algunas veces sí… ¡y de las buenas! Aquel día se había reunido una bastante numerosa y muy prometedora.
Juan escuchaba atentamente y, cuando algo le tocaba el corazón, intervenía.
 
    —¿Qué opinan ustedes cuando las palabras no van de acuerdo con las obras? —preguntó uno de los tertulianos.
    —Pues que se está mintiendo —respondió Manuel—. O dicho de otro modo: quienes actúan así son hipócritas; dicen lo que luego no hacen.
    —¿Alguna opinión más, aparte de la de Manuel? —preguntó el primero.
   —Estoy de acuerdo —comentó Pedro—, pero esa hipocresía pronto queda descubierta, y trae sus consecuencias.
    —Claro. De ahí la importancia de decir no solo lo que se piensa, sino también mostrarlo con la vida. Eso fue precisamente lo que hizo y enseñó Jesús a sus apóstoles (Lc 6, 12-19), cuando, después de pasar una noche entera orando a su Padre, eligió a sus discípulos íntimos, a quienes llamó apóstoles.
    —Pero… al parecer eso no basta —replicó Pedro algo disconforme—. Jesús tuvo algún fallo en su elección.
    —Sí, Judas Iscariote lo traicionó —admitió Manuel—, pero eso no demuestra un fallo de Jesús, sino la libertad del hombre. Cuando uno se aparta de la oración, puede quedar en manos del maligno y hacer el mal.
     —Solo hay que ver cómo terminó —dijo quien había iniciado el debate.
    —Lo evidente —concluyó Manuel— es que toda acción lleva una preparación. Y nada mejor que abrirse en oración a nuestro Padre Dios, pidiéndole luz, fortaleza y voluntad para hacerla lo mejor posible.
 
    Los apóstoles aprendieron de la práctica de Jesús, al contemplar cómo vibraba ante las personas, cómo se entregaba a ellas y cómo servía desde lo que lo animaba: una unión constante y afectiva con el Padre, y una compasión que lo llevaba a cuidar y sanar.

    También tú, y yo, somos elegidos para llevar su Palabra a través de la humildad de nuestras vidas: sin aspavientos ni suficiencia, sino con el testimonio sencillo de quienes proponen una vida de amor, justicia y misericordia.