viernes, 9 de febrero de 2024

¡SEÑOR, ÁBREME MIS OÍDOS Y MIS OJOS!

La lucha está centrada entre el bien y el mal. Es evidente que el mal está presente y de no encontrar oposición se extenderá con el propósito de destruir todo lo que toca. Por tanto, es nuestro deber poner resistencia y hacer todo el bien que se pueda. La tarea es ingente y necesita de mucha constancia y perseverancia.

No hay tregua hasta conseguir que lo inhumano sea transformado en humano. Lo inmoral e inhumano en moral y humano. Y eso pasa por convertir y transformar el corazón de los inhumanos e inmorales y de los injustos e inmisericorde en corazones justos y misericordiosos. Porque, precisamente, Dios se identifica con la justicia y misericordia fiel que se extiende hasta la justicia plena, que no puede tolerar las injusticias y, por eso, escucha el clamor de los oprimidos, y trabaja en su defensa.

«Effetá» es precisamente ese grito de desbloqueo de sorderas, de cegueras, de mudeces instaladas en personas, sociedades e instituciones, empecinadas en el descreimiento de que no hay más oportunidades para nada… Por eso, el mandato sanador de Jesús es que entendamos que, para Dios, todo sigue abierto. «Effetá» es una consigna, una especie de palabra renovadora, que ratifica que existen salidas para cuanto clausura la vida: resquicios de gracia por los que el Creador habla y, milagrosamente, puede ser escuchado (del Evangelio Diario en la Compañía de Jesús – 2024 – comentarios de Francisco José Ruiz, SJ).

Posiblemente nos toque a nosotros ahora mojarnos, destaparnos, abrir nuestros oídos y nuestros ojos y denunciar el mal, lo inmoral, lo injusto ante tantas calamidades y disparates que nuestra sociedad y nuestros pueblos están padeciendo. No podemos ni debemos permanecer callados, instalados en el pasotismo o en la indiferencia. Quizás debemos responder como esos testigos que insistentemente proclamaban lo que habían visto y oído.