domingo, 9 de agosto de 2020

LA FE, UN DON DE DIOS

Está claro que la fe, nuestra fe, estará siempre caminando en el filo de la navaja. Siempre expuesta a cortarse y a derrumbarse; siempre dispuesta a desaparecer y a morir hundida en las seducciones, falsas promesas y placeres del mundo. No hay otro camino, es ese el que nos ha sido dado y el que tenemos, queramos o no, que recorrer.

Ahora, no estamos abandonados a nuestra suerte o capacidades. Tenemos dones o talentos, que nos han sido regalados para poder defendernos y, sobre todo, al auxilio del Espíritu Santo, que, al ser bautizados, lo hemos recibido para, con Él, vencer inapelablemente a los poderes seductores e infernales del mundo, demonio y carne. Y esa debe ser nuestra fe. En ella debemos apoyarnos y descansar todas nuestras esperanzas. Xto. Jesús y yo, mayoría aplastante.

Conocer que nuestra fe pasará por momentos difíciles, por momentos de dudas y zozobras tempestuosas que la introducirán en un mar de oscuridades y vacilaciones, es saber que nuestra fe necesita ser probada. Y ese recorrido de dificultades y zozobras son las pruebas a las que está sometida y las que darán testimonio y certeza de que tu fe se sostiene firme. Pero, una firmeza apoyada en la Roca firme que es el Señor Jesús, sostén y baluarte de nuestra fe, alimentada y fundamentada en su Palabra y su Resurrección.

Nos experimentamos fuertes, seguros y firmes en muchos momentos de nuestra vida. Pero, no es así. Somos tremendamente frágiles, débiles y, a la menor zozobra, nuestra barca se tambalea y nuestra fe se desvanece. ¿Acaso tú no lo has experimentado? Esa experiencia nos demuestra nuestra gran debilidad y pequeñez. Necesitamos, pues, estar a su lado; rogarle que nos ase su mano y nos salve del hundimiento de nuestra fe y de sumergirnos en el lodo de este mundo. Confiamos en Ti, Señor.