Quizás ese sea el
problema: nuestra falta de fe. Quizás ese sea el muro que no deja entrar en
nuestro corazón la Palabra de Dios. Lo mismo ocurrió en tiempo de Jesús y en su
mismo pueblo. Son sus propios paisanos los que le rechazan e impiden que su Palabra
trascienda hasta sus corazones y haga milagros. No le aceptan ni creen en Él.
Ahora, ¿y
nosotros? Quizás nos parece mal la actitud de sus propios paisanos, pero, ¿somos
nosotros mejores? ¿Creemos nosotros en Jesús y en su Palabra? ¿Le dejamos
actuar hasta el punto de que su Palabra llegue a nuestro corazón?
¿Es Jesús para
nosotros alguien desconocidos o le reconocemos como el Mesías prometido y
enviado a anunciarnos la Buena Noticia? ¿Son sus Palabras, sus actos y buenas
obras la Buena Noticia que esperábamos o por el contrario no encaja su mensaje
con el que nosotros nos hemos imaginado? ¿Dónde estamos nosotros, a la puerta
de que llegue el Mesías o abiertos a la Palabra que nos dio y nos da Jesús cada
día? ¿La dejamos entrar en nuestro corazón y le permitimos que nos transforme
según su Voluntad?
Posiblemente sean estas preguntas motivo y cuestión de reflexión con el fin de mirarnos interiormente y exteriormente a fin de ver como está la medida de nuestra fe.