lunes, 28 de enero de 2013

EL MOMENTO OPORTUNO

(Mc 3,31-35)


A la hora de transmitir la fe es muy importante buscar el momento oportuno. Depende mucho de hallar ese momento para que nuestras palabras tengan eco en aquellos que nos escuchan, pero también se hace muy necesario saber encontrarlo.

Jesús sabe aprovechar toda ocasión para transmitirnos la Buena Noticia que el Padre le ha enviado a proclamar, y aprovecha ese momento en que su Madre y amigos le buscan y le envían a llamar.  No es su Madre una cualquiera ni tampoco sus hermanos. Su Madre es su Madre precisamente porque, primero, cumple la Voluntad de Dios. Por eso ha sido elegida su Madre.

Sus palabras, en lugar de desprestigiar a su Madre, la eleva a la dignidad más grande que una criatura puede tener: "Cumplir la Voluntad de Dios", y porque ha hallado Gracia ante Dios, es elegida para ser Madre de su Hijo Jesús. Y también, los apóstoles, son verdaderos hermanos porque cumplen la Voluntad de Dios.

Y es que, en la medida que nuestra vida sea entregada en servicio a los demás, seremos verdaderos hijos de Dios, porque, amar como Jesús nos enseña a amar, es cumplir la Voluntad de su Padre Dios.

TU SOBERBIA PUEDE PERDETE PARA SIEMPRE

(Mc 3,22-30)



Es necesario reconocer que somos soberbios. ¿Quién no lo ha sido, y continúa siéndolo todavía hoy en muchos momentos de su vida? Nadie puede negarlo, somos soberbios por naturaleza y nos cuesta admitir nuestros errores y que somos débiles y nos equivocamos.

Somos pocos, por no decir todos, que no damos el brazo a torcer sino cuando ya nos consideramos perdidos y no nos queda otro remedio. Incluso, así y todo buscamos una salida orgullosa para no pasar por la vergüenza de sentirnos humillados. Nuestra soberbia siempre nos puede.

Y nos puede hasta el punto de cegarnos, cerrar nuestro corazón y no apreciar que Jesús es el Hijo de Dios. Somos capaces de rechazar la asistencia y sabiduría del Espíritu Santo que nos prepara y nos ilumina a fin de que entendamos y nos dejemos llenar de humildad. Y eso ya es muy grave, porque todos nuestros actos de soberbia son perdonados, pero el rechazar la asistencia del Espíritu Santo no nos deja otra opción sino la de condenarnos por nosotros mismos.

Pidamos al Señor que no cerremos nuestros corazones, sino que lo mantengamos abierto a la acción del Espíritu Santo, para que con su don de consejo, de inteligencia, de fortaleza, de sabiduría, de ciencia, de piedad y de temor de Dios, seamos capaces de, abandonados en sus Manos, abrir nuestros corazones y dejarnos guiar por su acción. Amén.