miércoles, 25 de noviembre de 2020

UN CAMINO DE ESPINAS Y DOLORES

Lc 21,12-19

La vida no presenta un camino fácil. Ya, desde el comienzo - tu venida al mundo - llegas con dolores, llantos, esfuerzos, sufrimientos y, muchas veces, complicaciones para ti y tu madre, que te ha gestado en su vientre  - y, a partir de ahí, el camino está lleno de alegrías, tristezas, felicidad y sufrimientos. Lo triste del camino es que si tiene fin, todo se desvanece y se viene abajo, porque, ¿qué sentido tiene vivir para luego morir? Esa es la pregunta y de la que buscamos respuesta.

Es evidente que cuando decides seguir a alguien, importa conocer su camino, su anuncio y su proyecto. No puedes andar detrás de alguien sin saber a dónde va ni lo que persigue y promete. Posiblemente, das por descontado que el seguimiento a alguien te exigirá esfuerzo y dificultades. Pero, la pregunta viene otra vez al primer plano: ¿Vale pena seguir a ese alguien? Solo tú puedes dar respuesta a esa pregunta, pero, antes debe planteártela.

Jesús, a quien siguieron muchos, te habla muy claro y te descubre lo que supone seguirle. Te lo ha repetido varias veces y de diferentes formas, pero - en el Evangelio de hoy -  te lo dice así de claro:  (Lc 21,12-19): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Os echarán mano y os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y cárceles y llevándoos ante reyes y gobernadores por mi nombre; esto os sucederá para que deis testimonio. Proponed, pues, en vuestro corazón no preparar la defensa, porque yo os daré una elocuencia y una sabiduría a la que no podrán resistir ni contradecir todos vuestros adversarios. Seréis entregados por padres, hermanos, parientes y amigos, y matarán a algunos de vosotros, y seréis odiados de todos por causa de mi nombre.

Decirlo más alto puede ser, pero, más claro imposible. Seguir a Jesús compromete, pero, a la pregunta que nos hacíamos antes (¿Vale la pena?) respondemos que Sí tajantemente. Porque, Jesús, el Señor, nunca exige sin prometer, precisamente, lo que sabe que buscamos: Pero no perecerá ni un cabello de vuestra cabeza. Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas».