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Juan 15:1-8. 1 Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador. |
No se puede poner en duda que los frutos dependen del buen cultivo del árbol correspondiente. Así, los frutos de la vid dependerán de que esa vid esté bien cultivada y abonada, y tenga las condiciones que la propia naturaleza le exige para rendir buenos frutos.
Eso entra por nuestra razón y lo comprendemos. Sin embargo, el ejemplo sirve a Jesús para, partiendo de ahí, darnos a entender que su Padre, el Buen Labrador, le cuida, le protege y le mima porque, Él, es su Hijo, su Vid predilecta, y mantienen una estrecha relación (oración) que vigoriza y fortalece su vida (La vid).
Él, recogiendo esa figura natural y corriente de la vida real, nos dice: «Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador. Todo sarmiento que
en mí no da fruto, lo corta, y todo el que da fruto, lo limpia, para que
dé más fruto».
Sus Palabras no dan lugar a dudas ni a diferentes puntos de vista, hay solo una interpretación: No podemos ir cada uno según sus ideas, sus formas de entender, sus maneras de comprender o interpretar. Todos tenemos que estar unidos a Él, porque sin Él no podemos dar frutos.
Esa común unidad en Él se hace fundamental. Sin común-unión no estamos en Él, porque ir, como el sarmiento unido a la vid, unido a Él significa estar en comunión con todos y peregrinar al mismo ritmo a pesar de ir a diferente velocidad.
Si hay desprendimiento, separación, distancia, el sarmiento quedará debilitado, sin la savia que recorre sus necesitadas ramas para, fortalecidas, generar los frutos que de ellas depende. Y frutos que darán vida y comunicaran amor.