De mayor, conoces
y sabes, que eres imperfecto, pero cuando naces la imperfección está meridianamente
clara. Un bebé abandonado tiene muy poco tiempo de vida. De pequeño somos
totalmente dependiente y sin una familia, unos padres, nuestra vida tendría
pocas posibilidades de desarrollarse y subsistir.
Sin embargo, de
mayores también experimentamos nuestra impotencia y la necesidad de ayuda.
Somos seres creados para relacionarnos y asistirnos unos a otros. Mirado de una
forma potencial y en futuro, nuestro camino es un camino de perfección. En la
medida que crecemos, nos formamos y desarrollamos, nuestra dependencia de
nosotros mismos va también creciendo. Y nuestro futuro será alcanzar la
perfección como nuestro Padre y Creador es Perfecto.
Digamos que esa es
nuestra verdadera misión aunque muchos la ignoren y miren para otro lado.
Nuestro camino es un camino de perfección que no lo podremos conseguir sin la
asistencia y auxilio del Espíritu Santo. Necesitamos mirarnos diariamente en la
Palabra de Dios y, meditándola, tratar de llevarla a nuestra vida y cumplirla.
Infringir esos
mandatos revelados por nuestro Señor Jesús e impresos en nuestro corazón, nos hace
hijos de poca importancia en el Reino de nuestro Padre. En cambio, cuando los
cumplimos y lo hacemos centro de nuestro diario vivir, nos hace grande en el
Reino de nuestro Padre.
La razón es que caminamos en esa intención y esfuerzo: guardar y cumplir los mandatos – la Ley – que nuestro Señor Jesús nos ha revelado y enseñado a cumplir con su Palabra y su Vida. Y seremos menos o más importantes en la medida que los cumplamos. El objetivo es ese, irnos perfeccionando en el cumplimiento de la Ley que Jesús, el Señor, nos ha mostrado y testimoniado.