Lc 13, 22-30 |
—Cuando la situación es difícil, solemos decir: «Hay
que apretarse el cinturón». Eso significa ahorro y renuncia a algunas cosas.
¿Has oído decirlo alguna vez, Manuel?
—Sí, me suena mucho. Y, aunque no con esas palabras, también yo he vivido
momentos en que hubo que administrar mejor lo que teníamos. Eso obliga a
renuncias y sacrificios.
—Se debe pasar mal en esas situaciones, ¿no?
—Claro, a nadie le gusta privarse, sobre todo, de lo
necesario. Pero a veces la vida te pone en esa tesitura si quieres salir
adelante y alcanzar alguna meta.
—¿Entonces las metas exigen esfuerzo?
—Por supuesto. Sin esfuerzo no hay logro. La vida
nos presenta dos caminos: uno bueno, que suele ser más exigente, y otro que, en
apariencia, es cómodo, pero al final resulta ser malo.
—¿De qué caminos hablas?
—Jesús lo explicó muy bien cuando iba por ciudades y
aldeas enseñando. Uno le preguntó: «Señor, ¿son pocos los que se salvan?». Y Él
respondió: «Esforzaos en entrar por la puerta estrecha, porque muchos
intentarán entrar y no podrán…». Si lo lees, entenderás lo que el Señor nos
quiere decir.
—¿La puerta estrecha es entonces el camino bueno?
—Es el que nos propone Jesús.
—¿Y qué significa esa puerta estrecha?
—Nos habla más de calidad de vida que de cantidad.
El simple cumplimiento de normas no es la garantía de salvación. Lo esencial es
el amor y la misericordia que siembres en tu vida.
—¿Ese es su verdadero sentido?
—Sí. Eso es la puerta estrecha: la honestidad
personal, la integridad, la generosidad con los empobrecidos, el agradecimiento
al Señor por la vida. Ese es el camino que nos conduce a la salvación.
—Lo entiendo… y creo que así debe ser.
—Porque no se trata de privilegios, ni de estatus, ni
de creerse alguien por pertenecer al entorno cercano de Jesús. La salvación no
llega por formar parte de un grupo selecto, sino por elegir un estilo de vida
semejante al suyo.