sábado, 9 de marzo de 2024

¿LLEGA MI ORACIÓN, SEÑOR, A TI?

Sucede con mucha frecuencia que nuestras oraciones se convierten en monólogos más que en diálogos. Ni escuchamos ni dejamos hablar al Señor. Y eso es así porque nuestra oración se convierte en una exposición de lo que hacemos y de lo que queremos recibir. Nos justificamos alegando nuestros éxitos y nuestras buenas obras, y pedimos lo que a nosotros nos parece mejor y conviene. Posiblemente esa oración no llegue a oídos de nuestro Padre Dios.

Me confieso de esos que, quizás porque no nos damos cuenta, oramos de esa forma. Y lo que intento es tratar de corregirme y darme cuenta de mis debilidades, fracasos y pecados. Si me confieso pecador debo ser consciente de que lo soy y mi oración debe convertirse en súplica de misericordia por mis pecados. Y si experimento algún avance de mejoría, tendré que dar gracias al Espíritu Santo, que me asiste y me convierte en mejor persona. Eso me da la clave de mi oración: siempre en actitud de humillación – porque no soy otra cosa – para, por la Gracia de Dios, ser enaltecido.

Pidamos que nuestra oración sea cada día más sincera, más humilde y más consciente de nuestras necesidades. Tratemos de escuchar al Señor y dejarnos guiar por el Espíritu Santo, pues es Él quien hace todo lo bueno que, a través de nosotros, le permitamos hacer. Reconozcamos nuestras limitaciones y sepamos que nuestra conversión será no por nuestros méritos, sino por la acción del Espíritu en nosotros. Eso sí, dependerá de nuestra libertad y elección, porque nuestro Padre Dios ha querido que seamos libre y decidamos por nosotros mismos. A partir de ahí, todo será obra del Espíritu Santo.