Lc 10, 38-42 |
Tenía que tomar una decisión, pero no sabía qué escoger. Dudaba,
y su indecisión le causaba angustia, hasta el extremo que los sudores corrían
por su cara.
—¿Qué te sucede? —dijo Pedro—, al ver a Julio sudando a
mares. ¿Te pasa algo?
—No … no es nada. Bueno … estoy preocupado. Tengo que tomar
una decisión y no sé qué hacer. ¿Puedes ayudarme?
—¡Hombre, si puedo, con mucho gusto! ¿De qué se trata?
—Me han ofrecido en el trabajo más tarea, pero con un buen aumento
de salario.
—Eso está muy bien, ¿y de qué tienes duda? No veo de momento
el problema.
—Se trata de que eso me ocuparía más horas. Ese no es el
problema, sino que esas horas tendría que sacarlas de mi relación y tiempo con
mi familia. Veré menos a mis hijos y a mi mujer, y …
—Ese es el dilema —respondió Pedro, sin darle tiempo a
acabar.
—Claro, llevo un buen rato pensándolo y no llego a tomar una
elección —concluyó Julio.
—Mira, llega Manuel. Podemos aprovechar su opinión. Siempre
nos puede ayudar. ¿Te parece?
—Sí, claro. Su opinión puede venirme muy bien.
Hola, Manuel — le saludó Pedro. Julio tiene un problema. Le
han ofrecido un aumento de sueldo, pero más horas de trabajo. ¿Qué opinión
tienes respecto a eso?
—De entrada, es interesante y atractivo. Pero, tomando un poco
de pausa, pensemos lo que nos puede exigir: más tiempo, menos descanso, quitar
horas de otro espacio … etc.
—Sí, de eso estábamos hablando —respondió Pedro.
—Ahí debe fundamentarse nuestra elección. Si el tiempo que
nos exige perder tiene más valor o no. Porque si se trata de la familia, los
hijos, me pregunto: ¿vale más ese dinero que la relación con tu familia?
—Evidentemente —respondió Julio. Esa es mi duda, y mi
preocupación. ¿Qué debo elegir?
— Mira, hay un pasaje evangélico que ilumina muy bien este
tipo de decisiones —Lc 10, 38-42— y que nos puede ayudar a tomar una buena y
valorada decisión. Estando Jesús en una casa de íntimos amigos, mientras una
hermana se afana en servirle, otra le escucha atentamente.
—No veo ninguna relación con nuestro problema —apuntó Pedro.
—Tiene mucha relación. La hermana afanada en el servicio, le
pide a Jesús que le diga a su hermana que le ayude. Y Jesús le respondió: «Marta, Marta, andas inquieta
y preocupada con muchas cosas; solo una es necesaria. María, pues, ha escogido
la parte mejor, y no le será quitada».
—Tampoco yo veo relación ni luz que me alumbre una solución —dijo
Julio.
—Hay algo muy importante. ¿No se dan cuenta? Las personas
son más importantes que las tareas y los tiempos. Los quehaceres son solo un
medio para hacer hueco a lo esencial, que es la escucha de la Palabra de Dios
en medio de nuestra vida cotidiana. ¿Se enciende alguna luz?
—Sí, parece que empiezo a ver algo más claro. Mi relación y
tiempo con mi familia tienen mucho más valor que el dinero que pueda ganar de más.
Creo que alumbro la decisión.
“Julio comprendió que el verdadero servicio no se mide por
el dinero que aporta, sino por el amor que lo inspira. Marta y María le habían
enseñado, desde la sencillez de su gesto, que servir y amar no son caminos
opuestos, sino dos rostros de la misma entrega.”