La cruz de tu
propia vida, porque todos tenemos cruz, no podrás llevarla tu solo. Su peso es
superior a tus propias fuerzas. Necesita al Espíritu Santo para que puedas
soportarla y darle el verdadero sentido que te permita avanzar con gozo y
alegría en el camino de tu propia vida.
Tu verdadera cruz
te invita a renunciar a todo. Es decir, a perder tu vida, no la verdadera y
eterna, sino la de este mundo. ¿Eso que significa? Significa avanzar en tu vida
poniéndote en el último lugar. O sea, olvidarte de ti para pensar en el bien
del otro. Un bien que realmente necesite y que le sea imprescindible para
vivir.
Es, por tanto, más
que imprescindible discernir cada paso que demos en nuestra vida. Siempre y
primero contando con el Espíritu Santo. Él camina contigo y te va indicando la
vereda, la acción y lo que debes hacer en cada momento. Indudablemente, eso
exige escucha, atención y discernimiento. Un discernimiento a la luz del
Espíritu Santo. Y experimentaremos que muchas veces el camino y la acción que
nos señala y es la correcta nos hunde el hombro y casi nos dobla la espalda,
pero es soportable y se puede.
La Voluntad de
Dios no es la nuestra, pero, a diferencia de la nuestra, sí es la Buena. Lo que
Dios quiere para cada uno de sus hijos, pues es nuestro Padre, es lo mejor y lo
que realmente nos conviene y nos hace felices. Seguirle y hacer lo que nos
manda será siempre, a pesar de ser camino de cruz, lo mejor y más conveniente.
Para eso nos ha creado, para que seamos felices eternamente.